Un periódico con solera merece algo más que la perplejidad de un ciudadano plasmada en una plana. He aquí diez, por si hacen falta. No tienen hilo de sutura, salvo que el honorable lector quiera coserlas. Hace unos meses, en la Exposición de Prego de Oliver, en homenaje y memoria, dúplice en dos museos nobles, se mostraba buena parte de su obra. De pronto, en medio de la sorpresa de quien se ve atrapado en la atmósfera extrañada de un artista y, entre otras portadas dedicadas a obras impresas de autores destacados, aparecían las que su autor, José Luis López Cid, dispuso para sus libros de teatro y de novela preparados con profundo reconocimiento por jóvenes compañeros de tarea, de modo que su autor pudiera acariciarlos por primera vez cuando ya se acercaba a su final.

En el tomo de novela puede leerse El descielo, en la corriente de relato social, donde se enfrenta al Movimiento Nacional y pone en evidencia la corrupción del Régimen a partir de una figura protagonista de signo inevitablemente heroico; eran los años cincuenta del siglo pasado. Proyección evidente de la mentalidad abierta y en evolución de su autor que, intelectual en acción, fue recuperando las voces de la política en ciernes. La ciudad no puede recordar que a principios de los ochenta dio una charla para apoyar al Partido socialista, en la propia sede modestísima, y tuvimos que llamar al administrativo para que hiciera cuerpo con la media docena de asistentes. Quien tenga edad para seguirnos se dará cuenta de que semejante hazaña no era contradictoria, sino consecuencia del espíritu de libertad que animaba a jóvenes falanges que buscaron en la orilla izquierda su ilusión de apertura.

Por supuesto que pueden encontrar esos libros en la Biblioteca Pública. Como en las fantasías de cine, allí encontraremos tesoros inesperados de nuestra existencia como comunidad en los últimos siglos, al cuidado de empleados modestos e imprescindibles en una labor honrosísima y espacios ya insuficientes a superar. (Es milagro repetido en los servicios públicos: los más jóvenes facilitándonos la vida, salvándonosla con estudios renovados y adelantos científicos de los que no teníamos idea al entrar en otros problemas. Hablamos especialmente de los médicos del Seguro Público, sí).

Porque el mundo cambia que es una barbaridad; no porque nuestros amigos tengan hermosas calles -J.L. López Cid-, o nuestros poetas más rebeldes, J.A. Valente, (otro día hablaremos de la Calle del olvido); cambia porque las librerías necesarias, se ven acompañadas de otras tan bien dispuestas como sus hermosos libros de éxito, editados en colores y de especial atractivo para una masa de lectores que piden entretenimiento para sus gustos?, pero no en libros clásicos; benditos sean.

Y ya estamos donde queríamos, inquieto lector, en la maravilla de la vida, esa que se oculta en los "best sellers" y que los clásicos desvelan con verdad de tragicomedia. En fin, la tarea de hacernos ciudadanos que diferencian la verdad de la mentira, es decir, la justicia, la belleza, la libertad, de otras cosas que se le parecen y que, perdón, por hablar de ellas, "ya si tal".

Y ya hemos llegado al Día del libro, es decir, un día de estos al que un periódico de solera puede prestar atención. Entremos, pues, en materia. Iremos a un Instituto sin tiempo para explicar varias cosas fundamentales, como se verá. Veamos cuáles. La primera y más próxima al escribiente: Cervantes, evidentemente, descubre que su mundo es ya muy diferente al que conoció en su juventud. Y tan contradictorio que el protagonista de su relato es un personaje que vacila, tergiversa, confunde lo que es con lo que fue. Es decir, que, cuanto dijo en sus obras de madurez y juventud, debe ser reescrito de nuevo en un nuevo hilo argumental iluminado por el tema de "lo contradictorio del mundo".

Dicho de otra manera, aplicado a nuestro mundo: a los historiadores, intelectuales, escritores, hombre de rompe y rasga, voces autorizadas, periodistas y reporteros de éxito, se les exige, al enfrentarse a los hechos, que se expliquen en un lenguaje claro y preciso, en "negro sobre blanco", en un mundo que se mueve entre lo gris y lo difuso (nuestra preciosa torre de Babel). Eso es el Quijote de Cervantes.

Es decir, que hay que contar los hechos de nuestro héroe, pues héroe fue el autor, de modo que sea el lector el que "descifre" el alcance de la aventura. Eso sí, poniendo por delante lo que fundamenta nuestro ideal de humanidad: Libertad y amor, justicia y piedad, Belleza y razón, etc., al tiempo que se nos muestra lo limitado de nuestra condición para alcanzarlos. Pero, además, dejando claro que es con ella con nuestra pobre condición con la que edificamos el fundamento de la fraternidad humana.

El lector, inquieto ya y cansado de este predicar, pide un ejemplo, diez podríamos dar. Cuando el amo Haldudo azota a su criado Andrés por ladrón topa con el héroe y le cuenta las "hazañas" del muchacho (I, iv). Don Quijote no entra en razón y ajusta cuentas: el amo debe pagar a su criado y dejarse de historias y de azotes: "Hizo la cuenta don Quijote y halló que montaban setenta y tres reales" (nueve meses por siete reales). Pues bien, Cervantes había sido preso por cuestiones de "cuentas" en sus tareas de recaudación (vuelva el lector a leer el resultado de la multiplicación).

Vayamos acabando con el último ejemplo de este curso: Nuestro mocito Andrés (I, xxxi) reaparece treinta capítulos después macerado de los golpes del amo aun después de que el salvador D. Quijote lo dejara. Naturalmente el héroe fió en la caballerosidad del amo y en el pago y el perdón al criado, sin darse cuenta de que en el mundo real no se puede dejar a los amos sin guía firme, sin ley. Craso error del viejo hidalgo habitante de ese mundo ideal al que echa en cara Andrés:

"Déjeme con mi desgracia, que no será tanta, que no sea mayor la que me vendrá de su ayuda de vuestra merced, a quien Dios maldiga" (?)

Cervantes nos contempla en este mundo moderno, nada ideal, pero necesitado de valores. Dígame el esforzado lector a quién dirigiremos nuestra prédica este año; ¿a los muchachos a los que espera un empresariado "ya si tal", a los profesores, bibliotecarios, doctores, historiadores? encargados de explicar lo que nos ocurre cada día, para encontrar el remedio a nuestra aventura?

Me dirán que es mejor leer "best sellers" que nos distraigan de nuestras cuitas. Que aún mejor sería distraerse con las magníficas series de aventuras fantásticas en donde la realidad se envuelve en el velo maravilloso de la imaginación y "siga su curso el mundo" sin remedio. Que sí que hay tal remedio, y que está en cambiarlo todo, empezando por la naturaleza humana, pues bastaría echarlo todo abajo y volverlo a inventar sobre las cenizas del "vano" esfuerzo de las viejas generaciones?

¿Quiere el entristecido lector saber qué fue de Andrés? "Andrés asió de su pan y queso (de manos de Sancho) y, viendo que nadie le daba otra cosa, abajó su cabeza y tomó el camino en las manos, como suele decirse". Aprendió en sus espaldas Andrés lo que es la tragicomedia clásica, abatido, sí, pero con ánimo no vencido y en camino.