Cuando se trata de un buen negocio, el capital nunca hace ascos a nada. Poco o nada le importan los derechos humanos, el hambre de un pueblo o lo que piensen los Gobiernos de un régimen concreto.

Lo hemos visto tantas veces y volvemos a verlo ahora con la compra de deuda de la petrolera estatal venezolana PDVSA por Goldman Sachs, el banco estadounidense de los dedos en todas las salsas.

Según el Wall Street Journal, el banco pagó solo 865 millones de dólares por unos papeles que tienen un valor nominal de 2.800 millones, aprovechando su depreciación por culpa de la crisis galopante que atraviesa el país.

Los críticos del régimen de Nicolás Maduro han puesto el grito en el cielo y acusado a Goldman Sachs de echar un salvavidas a un "dictador".

Los diputados de la oposición conservadora han hecho un llamamiento a la banca internacional para que no preste más dinero a Venezuela mientras Maduro siga en el poder.

Hay quienes comparan la actual situación de Venezuela con la de la quebrada Argentina de hace quince años, cuando el país del cono Sur se vio excluido de los mercados financieros internacionales.

Recordará el lector la larga disputa que mantuvo el Gobierno de Buenos Aires con los llamados "fondos buitre", que habían comprado bonos a precios de ganga y se negaron a una condonación parcial de la deuda de ese país.

En su lugar demandaron con éxito a Argentina ante los tribunales de Estados Unidos para exigirle la devolución del importe completo adeudado: ¡menudo negocio para los fondos que siguieron ese camino!

En el caso de Venezuela, sus acreedores internacionales podrían exigir, por ejemplo, que se confiscasen las exportaciones de crudo como medida de presión para que el Estado pagase lo que debe a los mercados.

El miedo a una eventual quiebra ha hecho que Maduro devolviera recientemente 2.200 millones de dólares a sus acreedores en lugar de dedicar ese dinero a la compra de medicamentos o productos de primera necesidad para la población.

El gran problema de Venezuela, el país con las mayores reservas petroleras del mundo, aparte de la espantosa administración de su actual Gobierno, es la excesiva dependencia de las exportaciones de petróleo y su extrema vulnerabilidad por esa causa.

Sus sucesivos gobiernos han recurrido a las exportaciones para, antes de la llegada del chavismo, aplicar la doctrina del "goteo" (beneficiar fiscalmente a los ricos para que los pobres recojan luego las migajas), o para subvencionar con ellas programas sociales como las "misiones bolivarianas".

La caída brusca de los precios del crudo y las medidas drásticas de austeridad adoptadas por el segundo Gobierno del socialdemócrata Carlos Andrés Pérez, condujeron al llamado "caracazo" de 1998, una serie de protestas y disturbios que, duramente reprimidos, culminaron en una masacre con centenares de muertos. Algo que hoy muchos pretenden olvidar.

El actual régimen se encuentra en una situación también dramática por culpa otra vez de la caída del precio del crudo y ni siquiera pueda incrementar la producción para compensarla debido al horrible estado de toda la infraestructura como consecuencia de las insuficientes inversiones.

Enfrentado a protestas masivas por la falta de productos básicos, con una inflación galopante que anula la reducción de la pobreza conseguida durante la era Chávez, su sucesor, Maduro, recurre a medidas cada vez más represivas sin que parezca vislumbrarse una salida democrática. Pero ¿qué les importa todo esto a los mercados?