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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

El ejemplo de Portugal

Fuera de los habituales intercambios de cordialidad y buenos deseos, la XXIX cumbre gubernamental hispano-lusa se cerró en Vila Real con escasos logros de importancia. Apenas un acuerdo para definir proyectos en zonas transfronterizas con el objetivo de captar fondos europeos, y la concreción de la fecha de entrada en servicio de la nueva línea férrea entre Vigo y Oporto para finales de 2019. Una obra que permitirá realizar el viaje entre las dos ciudades en hora y media, cuando ahora hay que dedicar más de dos horas a lo mismo.

En las imágenes que nos sirvieron los medios pudo verse al jefe de gobierno de Portugal, el socialista António Costa, y al jefe de Gobierno de España, el conservador Mariano Rajoy, haciendo sonar la campana de una de las embarcaciones que desde tierras de Salamanca hacen el trayecto por el río Duero hasta la desembocadura en Matosinhos. Al señor Costa se le aprecia sonriente, satisfecho y moreno de piel, quizás porque acostumbra a pasear a cara descubierta para disfrutar de lo que el poeta Miguel Torga llamaba la "frescura iodada" del mar. Al señor Rajoy, en cambio, se le aprecia pálido y de más apagado color, quizás porque acaba de recibir la mala nueva de que los jueces lo obligan a testificar en el juicio de la Gürtel en persona y no desde su despacho y a través de un aparato de televisión. Al margen de esas apreciaciones, descaradamente subjetivas por otra parte, las diferencias políticas entre las dos personalidades son más que evidentes.

El señor Costa gobierna con una coalición de la que forman parte el Partido Comunista y el Bloque de Izquierdas (algo así como el Podemos portugués), mientras el señor Rajoy lo hace contando con los votos de su propio partido, el PP, y los de Ciudadanos, un partido que unas veces se define como de centro izquierda y otras como de centro derecha y últimamente parece seguir la línea del social-liberalismo que anuncia el presidente francés Emmanuel Macron. Cuando el señor Costa formó gobierno, allá por el 25 de noviembre de 2015, con dos fuerzas que estaban mucho más a la izquierda de lo que representa tradicionalmente el Partido Socialista portugués, nadie daba un euro por una alianza política que algunos observadores calificaron despectivamente de "jerigonza" (algo difícil de entender). Pero los malos augurios no se cumplieron y año y medio después la, al parecer, insólita coalición gubernamental puede ofrecer unos logros impensables.

El paro ha descendido por debajo del 10% (en España está en el 18,2%), el empleo crece el doble que en Europa, el salario mínimo se ha elevado por tercera vez, crecen las exportaciones, se ha rescatado la jornada laboral de 35 horas, y el déficit se ha situado por debajo del 3%, todo lo cual ha merecido la felicitación oficial de la Unión Europea. Una fórmula parecida parece imposible de cuajar en España donde el simple anuncio de un hipotético pacto entre el PSOE y Podemos es recibido con toda clase de descalificaciones. Eso aparte, Portugal vive un buen momento y los éxitos, en cualquier otro terreno que el puramente político se suceden. La selección nacional de fútbol ganó el campeonato de Europa y los hermanos Sobral, el festival de Eurovisión.

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