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Tribuna libre

Carta pastoral con motivo de los daños sufridos en las cosechas

Hace tan solo unas semanas, cuando celebrábamos la gozosa alegría de la Pascua y percibíamos cómo la propia naturaleza parecía unirse a nuestra festiva celebración con el anuncio de los frutos en flor, una helada como no recuerdan nuestros mayores, dejó completamente arrasada una buena parte de la producción de los campos de nuestra tierra. Ante esta situación se me hizo vivamente presente el espíritu de la carta encíclica del papa Francisco Laudato si´, en la que nos evoca el cuidado por la casa común y además nos invita a preocuparnos de forma solidaria por las gentes del campo que en esta ocasión están sufriendo las consecuencias devastadoras de los fenómenos meteorológicos que han causado, y siguen haciéndolo con las frecuentes tormentas, pérdidas irreparables en las diferentes plantaciones, las huertas y las viñas.

Los hombres y mujeres del campo, algunos con lágrimas en los ojos y con una grave preocupación en sus rostros, manifiestan que la vendimia y la recolección de los frutos de la tierra este año van a ser prácticamente inexistentes. Los campos y los viñedos, casi siempre empresas familiares, muy humildes en su inmensa mayoría, dan trabajo y comida a los sufridos hombres y mujeres del mundo rural. Sabemos que se enfrentan a una situación muy complicada: algunos comentan que es la peor de su historia y que hace tambalear su supervivencia y sus puestos de trabajo. A todo esto se añade la falta de agua suficiente para los cultivos, a pesar de las tormentas esporádicas que, en ocasiones están causando mucho daño a causa de su violencia.

Ante esta grave situación que nada ni nadie parece poder solucionar de manera adecuada, os invito a todos, tal como nos enseñaban nuestros mayores, curtidos por los trabajos de la tierra pero con corazones grandes y abiertos al querer de Dios, a que elevemos nuestras manos y nuestros corazones al cielo implorando su ayuda y remedio. Cuando se ponen los medios humanos y no se obtienen los resultados oportunos, sino ¡todo lo contario! nuestros antepasados en la fe suplicaban al Buen Dios y a sus santos que les concediese un tiempo bueno para las cosechas.

Ruego a los sacerdotes y demás agentes de pastoral que eleven oraciones al Dios de la Misericordia que nos conceda la lluvia y el clima adecuado para que nuestros campos sean fecundos; encomendamos especialmente a los sacerdotes que, cuando las normas litúrgicas lo permitan, después de una breve y adecuada catequesis, utilicen los formularios litúrgicos que aparecen en el Misal para estas ocasiones, de manera especial las Misas y oraciones por diversas necesidades (págs. 1049 y 1061 de la nueva edición del Misal; en el Misal galego, en las págs. 971ss, especialmente 981-984). La Eucaristía es, entre otras muchísimas cosas, una síntesis de toda la creación que se hace ofrenda a Dios a través de los dones de pan y vino fruto de la tierra, de la vid y del trabajo del hombre. Allí donde no puedan estar presentes los sacerdotes, animo al pueblo fiel que abra esos hermosos templos y ermitas lean y escuchen la Palabra de Dios y supliquen al Señor del Universo que nos envíe un tiempo propicio para que las cosechas sean fecundas.

A pesar de que el ambiente que nos rodea esta impregnado de un fuerte secularismo, así como de una creciente indiferencia en cuestiones religiosas, especialmente contra el hecho católico, sin embargo, las gentes de nuestros pueblos, la mayoría hombres y mujeres de una fe sencilla y recia, en medio de las dificultades sabe mirar a Dios y a sus santos, y en medio de las graves dificultades alaban a Dios como Creador y Señor de todo lo creado, tal como nos lo manifiesta la carta encíclica Laudato si´. Elevemos también nosotros la mirada de nuestro corazón para que Dios y sus santos nos sean propicios en estos momentos de adversidad.

Se encomienda a vuestras oraciones y os bendice, vuestro siempre.

*Obispo de Ourense

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