La fotografía de una mujer en silla de ruedas huyendo despavorida de los disparos de bombas lacrimógenas es prueba elocuente de la violación de los derechos humanos en Venezuela. Afloran los nervios en las entrañas del régimen mientras se agrava, con el paso de los días, la saña de las actuaciones policiales y militares, lo que no hace sino agrandar las fracturas que prologan el fin de la pesadilla.

Si lo que está pasando en las calles no fuera tan trágico y el 75% de los venezolanos no hubiese perdido peso el año pasado, debido a la escasez de alimentos, las declaraciones de la Inspectora General de Tribunales, considerando "arma biológica" el uso de heces fecales para neutralizar a los efectivos de orden público en las protestas, animaría a una respuesta a la medida de la indigencia ontológica de esta señora, que debería saber que el uso de excremento contra los milicianos no es un arma biológica, por muy mal que termine oliendo el uniforme de faena.

Más le valdría esclarecer la denuncia de jóvenes detenidos a quienes se obliga a comer pasta con excrementos humanos o de animales, con vistas a la aplicación de la Ley Especial para Prevenir y Sancionar la Tortura y otros Tratos Crueles, Inhumanos o Degradantes, aprobada por unanimidad en 2013, que establece prisión de 15 a 25 años para quienes cometan actos de tortura y de 13 a 23 años para los que incurran en tratos crueles.

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El tardío despertar de los Estados Unidos al drama venezolano se ha traducido en la imposición de sanciones por parte del Departamento del Tesoro que ha congelado fondos del presidente del Tribunal Supremo de Venezuela y de otros siete jueces por "usurpación de la autoridad", al haber asumido las funciones de la Asamblea Nacional. La respuesta es útil, ya que estos señores van a tener que rendir cuentas sobre las propiedades y el dinero que tienen en Estados Unidos. El repudio del gobierno de Caracas a sanciones "extraterritoriales", que "violan" las leyes internacionales resulta un amparo exiguo, si de lo que trata es de enervar el escrutinio.

La denuncia de Washington tiene el valor de evidenciar la actuación de un gobierno dictatorial, que hace gala de una paupérrima gestión económica. A base de nacionalizar, sin ton ni son, negocios privados y controlar precios y moneda, el corolario ominoso resulta ser que Venezuela tiene la tasa de inflación más alta del mundo. El FMI estima que este año alcanzará el 720%.

Marca concluyente del desastre económico, que Fernando Londoño, columnista de "El Tiempo de Bogotá", desgrana: "Llevar a Venezuela a la ruina total es matar su propia fuente de subsistencia. Convertir en país miserable al más rico de América no es hazaña de todos los días, convertir en despojos una de las más organizadas, pujantes y serias empresas petroleras del mundo no es cualquier tontería. Llevar a la insolvencia una nación ante las líneas aéreas, los proveedores comerciales y los que suministran material quirúrgico y hospitalario no es cosa que se vea cualquier día. Y arruinar el campo y la industria, el comercio y los servicios, la generación eléctrica, la ingeniería, la banca y las comunicaciones es tarea muy dura, cuando se recuerda que la sufre el país que tiene las mayores reservas petroleras del mundo."

La oposición aún no encarcelada hace gala de inusual pragmatismo, estrenando una línea de actuación que consiste en aflorar los activos que tienen en el extranjero personas cercanas al Gobierno venezolano y que han sido compradas "con el dinero de los contribuyentes". Y piden a compatriotas que viven en otros países que hagan una "lista" de los enchufados del régimen con activos fuera, para que la justicia local impulse las investigaciones correspondientes.

Como dice Londoño, lo que pasa en Venezuela tenía que llegar y llegó. Y la máquina de la limpieza ya se puso en marcha, extendiendo la sospecha a fruslerías tales como lujosas propiedades; estudios en colegios y universidades; yates y aviones; viajes de placer a ciudades y lugares exóticos; hoteles de seis estrellas; condumios en restaurantes; compras de joyas; spas; cirugías estéticas; inversiones en multimillonarios negocios "legales"; asistencia a Ascot, Kentucky Derby, a carreras de Fórmula 1 en Dubai, Montecarlo o Shanghái; cacerías de perdices rojas en "El Crespo" en Ciudad Real o lunas de miel en el Jaipur Palace, el Altira Macau o el Amanjiwo; de las que disfrutan parientes y acoplados de jerarcas, que viven lejos de las colas, las penurias, la escasez, el desabastecimiento, la represión, la inseguridad, los secuestros, el olor de los muertos o los hospitales donde no hay ni tiritas.

Los estudios de Cáritas revelan que un quinto de los niños venezolanos con menos de cinco años sufre malnutrición crónica, drama que exigiría un esfuerzo extraordinario por parte del gobierno, que sigue rechazando ofertas de alimentos procedentes de otros países. Por no hablar de la severa escasez de medicamentos. Así hay que entender la rabia de los perjudicados por el desguace del país.

Pero hay más fracturas: Gustavo Cisneros se ha animado a criticar la situación que atraviesa Venezuela, en tanto que la Fiscal Ortega Díaz y una gloria nacional como Gustavo Dudamel, plantean objeciones al régimen.

En las últimas semanas, el castigo a los insumisos ha seguido sumando víctimas (43), arrestados, (2.000) y detenciones arbitrarias, mientras los generales apareados con el régimen justifican la intervención del Ejército (que aún no ha dado señales de vida visibles ante el desvío antidemocrático) y el uso de francotiradores, para lo que se han cuidado de advertir que tengan estos la suficiente preparación psicológica para atreverse a disparar contra manifestantes civiles. "Cuando los ciudadanos comiencen a ver muertos, todo el mundo se quedará en su casa. Y si hay que poner a hombres con armas de fuego en la retaguardia, debe hacerse sin que las órdenes se den por escrito y sin que su presencia sea evidente".

Esta puede ser la síntesis de una ideología que ha llevado "a la eliminación paulatina de todas las libertades, al sacrificio de la conciencia, a la ruina de las instituciones, del periodismo, de los partidos, de la universidad, de los gremios, de los sindicatos".

Las fuerzas del orden se estarían extralimitando en el trato físico contra los manifestantes como atestiguan las torturas a detenidos. Y militares de graduación media habrían comenzado a cuestionar la constitucionalidad de las medidas empleadas y, con la boca pequeña, advertido de que deberían ser adoptadas con cuidado, porque ellos mismos podrían ser encarcelados por haberlas ordenado. También los "moderados" piden astucia en el derribo y neutralización de opositores. Lo que pone de manifiesto que hay miedo a que la oposición pueda tomar fotografías y utilizarlas en una "guerra mediática".

El gobierno de Caracas yerra el diagnóstico cuando habla de una "guerra subversiva urbana" porque lo que está pasando no se compadece con ese hashtag, ya que la parte del pueblo que está en las calles se ha declarado en rebeldía y, mientras los están matando, han decidido no volver a casa hasta poner fin a la pesadilla. La Casa Blanca tendrá que rehacer sus cálculos sobre las importaciones de petróleo procedentes de Venezuela y los Estados, incluido el zigzagueante Vaticano, escarmentar comportamientos insoportables a estas alturas de la historia.

En tanto se despeja la ecuación, seguirán saliendo desde Barajas, con destino Maiquetía, paquetes con gafas protectoras, cremas dentales y vaselinas así como antiácidos -Maalox- que se colocan directamente sobre el rostro como una mascarilla. Modesto, pero eficaz remedio para defenderse de los gases lacrimógenos y ahogar la cólera. Habrá que completar estos envíos, con vacunas antitetánicas y antibióticos para aliviar a los heridos y los jóvenes detenidos.

Venezuela se ha convertido en la crónica hambrienta de un país en el que la vida vale menos que el ñame y la papa. El régimen ha hecho del abuso de poder un instrumento de coacción y la escasez de alimentos y la carestía son gotas que colman el vaso de las resignaciones, pero la paciencia no será infinita y la desvergüenza no quedará impune. Es la hora de aquellos a quienes se lo han quitado todo, pero no le tienen ya miedo a nada. El comienzo del fin.