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Ciberataques contra la dignidad

Resulta que Assange y Snowden, tan perseguidos por la violación y difusión de cientos de miles de documentos reservados de los EE UU podrían ser la inspiración de los ciberataques de Estado. Si se confirma el origen "oficial" del virus wannacry, atribuido por Microsoft al Gobierno Trump, estaríamos en la ruptura de hostilidades de una ciberguerra de alcance impredecible. En Europa, China, Rusia y otras zonas -180 países hasta ahora- hay 230.000 afectados. No en EE UU, donde, a excepción del Wikileaks y similares, que son cosa distinta, se desconoce una infección viral de magnitud comparable, que aún puede crecer indiscriminadamente en empresas, servicios, centros sanitarios, educativos, etc. Un desastre por lo que puede acarrear. El aviso es elocuente.

Rusia, que tan claramente prolonga el asilo de Edward Snowden, fue acusada de ciberataques en las elecciones presidenciales que llevaron a Trump a la Casa Blanca. ¿Es wannacry la respuesta? Más vale no liarse en conjeturas, pero la exigua "recaudación" por el rescate de archivos afectados hace sospechar que el móvil dinerario es una cortina de humo. Ya se verá si la posible réplica china cierra el arco de una medición de fuerzas que solo está en los comienzos. La ciberseguridad eficiente requeriría los servicios de dos millones de nuevos especialistas. A este paso, las ventajas de la globalización acabarán pudriéndose en la guerra fría de la informática. Y esto, en el mejor de los casos.

La revolución cibernética es magnífica en origen, y ya irreemplazable en la dinámica de cambio y progreso del siglo XXI. Pero sus perversiones ocasionan peligros globales en el vacío casi absoluto de normas compartidas para el control que a todos debería interesar. La falta de regulaciones básicas ampara el latrocinio de la información y de las creaciones artísticas, el envilecimiento de la comunicación humana, nuevos brotes psicóticos entre adolescentes, odio y violencia en el contraste de opiniones, criminalidad contagiosa y, como ya estamos viendo, el sinuoso espionaje que tensiona las relaciones internacionales. Los contenidos negativos de Facebook empiezan a pesar sobre Zuckerberg, el héroe que acabará en criminal si no pone los medios para evitarlo. La pobreza de la fórmula Twitter y sus insondables tragaderas degeneran los lenguajes y miserabilizan el diálogo. Por desgracia, son muchos los motivos del malestar de las sociedades humanas. Pero el que pueda acabar entre ellos lo que ha sido -y aún es- el más potente instrumento de conocimiento, relación y cooperación de esta época, presagia un fracaso sin perdón.

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