Los movimientos militares de Egipto y su exigencia a las Naciones Unidas de la retirada de sus fuerzas de interposición en el Sinaí en mayo de 1967 desembocaron en la Guerra de los Seis Días. Israel venció, en una ofensiva relámpago, a la coalición formada por la República Árabe Unida, que así llamó Gamal Abdel Nasser al territorio egipcio, Siria, Irak y Transjordania en menos de una semana entre el 5 y el 10 de junio. Así se agudizaron las penurias de la población palestina que lleva cincuenta años sufriendo el acoso judío y la apatía internacional, un auténtico "apartheid".

La impotencia de la Organización de Naciones Unidas se refleja en una de sus más tempranas decisiones, la partición del territorio palestino, bajo protectorado de Reino Unido, en dos estados, uno judío y otro árabe. Setenta años después continúan irreconciliables los dos estados pues unos pobladores consideran que fueron expulsados de su tierra para implantar en ella una ocupación de moradores foráneos; mientras, estos, reforzados por una inmigración político-religiosa, reivindican su origen ancestral en dichos territorios como mandato divino de la Torá, su libro de la ley. Ante las razones de unos u otros, más de cuatro millones de palestinos allí establecidos huyeron o fueron desplazados a las naciones vecinas, pobladas por gentes de extracción árabe y religión musulmana. La situación se agravó al ocupar Israel desde entonces, salvo el Sinaí, varios territorios de sus contrincantes durante las batallas de junio de 1967.

Más de 85 resoluciones de la ONU para intentar resolver el conflicto han sido ignoradas por el estado judío, mostrando la incapacidad de los organismos internacionales para lograr una convivencia en paz. No han servido de nada las conversaciones de Madrid de 1991 impulsadas por Estados Unidos y la URSS, ni las de Oslo de 1993, ni los encuentros de Camp Davis auspiciados por la Casa Blanca con presencia de los presidentes. Los continuos establecimientos de colonos -unos 400.000- en territorios cisjordanos corrompen cada vez más la situación.

La realidad de quienes nacieron y viven en esos territorios ocupados lleva medio siglo deteriorándose continuamente ante la permisividad del resto del mundo. Muchas de las numerosas reconstrucciones sufraga das por la Unión Europea, por ejemplo, son objeto constante de los ataques del ejército israelí, que con la disculpa de ser refugio de terroristas destruye escuelas cuatro o cinco veces reconstruidas, edificios públicos, corrales, casas particulares, automóviles. Israel construye muros que segregan familias, calles, barrios, ciudades; controla el 60% de Cisjordania, una población de unas 750.000 personas (tierra ocupada desde 1967), fiscaliza todo el agua de esa zona y los palestinos lo han de comprar para beber, soportar toques de queda continuos, controles militares, verjas y la destrucción de campos de cultivo para que los colonos levanten nuevos asentamientos.

Datos de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (UNRWA) señalan que son un millón los habitantes en emergencia diaria, que un 80% come gracias a la aportación de la agencia, que Israel no presta atención médica, obligatoria por la legislación internacional y la Convención de Ginebra, que solamente abre los puestos de paso a las zonas árabes dos horas matinales y dos vespertinas, que no les permite la pesca y bloquea toda comida que llega del exterior. Israel, que expulsó a 13.000 drusos (cristianos árabes) del Golán ocupado, sembró de minas la zona y reemplazó unas 350 granjas por asentamientos de colonos, es el único país de la ONU que no aporta sus límites fronterizos. António Guterres, recién elegido secretario General de Naciones Unidas, señalaba hace solamente cincuenta días: "Tomo nota con decepción y alarma de la decisión de Israel de construir un nuevo asentamiento en el territorio palestino ocupado". El primer mundo consiente este ofensivo "apartheid".