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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Los excesos

A estas alturas, y tal como demuestran los hechos, en materia de seguridad ciudadana frente a los nuevos modelos de terrorismo kamikaze, lo evidente es que el riesgo cero es aún más lejano que en los antiguos. Y que, en ese sentido, probablemente es tan malo no llegar como pasarse: aquello porque puede causar víctimas y esto porque provoca perjuicios a una sociedad entera. Y el segundo camino parece ser el elegido por Portugal, que ordena controlar sus fronteras para garantizarle al Papa durante su visita una especie de blindaje que al cien por cien es imposible.

(Conste que esa imposibilidad no se deriva sólo de lo dicho sobre el perfil actual de la violencia terrorista, sino también y en cierto modo de la personalidad del propio Bergoglio, que gusta de los gestos que le han ganado ciertos reproches por su parecido con algunos del primer peronismo de su país de origen. No se habla, ni se pretende sugerir, que el Pontífice católico sea temerario, sino que considera que su vida está más en manos de Dios que en la de los hombres y por tanto actúa de un modo que seguramente no se autorizaría a una jerarquía política, si se atreviese.)

Dicho eso, procede añadir que puede entenderse en cierto modo la decisión portuguesa de extremar el cuidado para que nada le suceda a Francisco mientras pise el suelo de ese país. Pero del mismo modo que la prudencia es deseable, no lo es el que llevada al extremo provoque confusión, cierre de fronteras con criterios que son contradictorios o no se explican lo suficientemente bien. Y que en consecuencia causan daños colaterales -que permanecerán tras la visita papal-, tanto en lo comercial como en la confianza entre países vecinos, uno de ellos Galicia.

Desde sectores ciudadanos de los dos lados de la frontera se ha manifestado ya malestar, e incluso indignación, no por el viaje del Pontífice a Fátima, sino por la actitud, que se considera exagerada y confusa, del Gobierno de Lisboa. Y es muy posible que tengan razón, aunque haya otros que responden con el refrán español de que "toda precaución es poca" o el aún más antiguo, de que "es preferible prevenir que lamentar". Lo malo, y conviene repetirlo, es que parece existir un desequilibrio entre la seguridad y la normal vida ciudadana más allá del propio recinto mariano.

No se trata de una opinión que, siendo personal, no se pretende desleal en modo alguno, con la idea que tiene Lisboa para afrontar sus propios riesgos. Pero conviene recordar que existe una coincidencia generalizada entre los gobiernos europeos de que cualquier medida que desarticule la vida normal de los ciudadanos es otorgar una victoria a los posibles terroristas, aunque no lleguen a provocar víctimas directas. Y en ese sentido, los excesos son en ocasiones casi tan dañinos como los atentados mismos.

¿No??

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