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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Lo que sea un 'social-liberal'

La previsible victoria del social-liberal Emmanuel Macron en las elecciones presidenciales francesas ha sido saludada en los medios como un éxito arrollador contra el populismo, o neofascismo, de la señora Le Pen. Y el primero en festejarla con entusiasmo fue el todavía presidente socialista François Hollande que lo tuvo en su Gobierno como ministro de Economía en calidad de independiente. Para facilitar el triunfo de Macron y llevarlo en andas al palacio del Elíseo, Hollande no dudó en sacrificar a su propio partido, uno de los pilares del Estado francés durante todo el siglo XX y lo que va del XXI. Un sacrificio que da idea de los importantes intereses que estaban en juego tanto en Francia como en el resto de Europa. Ahora bien, ¿qué es un social-liberal? El término parece formado por dos conceptos aparentemente antitéticos. Hasta hace poco, teníamos entendido que lo social estaba peleado con lo liberal. Y viceversa. Pero se ve que en eso, como en tantas otras cosas, estábamos equivocados y ahora parece que el interés predominante del capital, es decir lo liberal, puede conciliarse perfectamente con los intereses de los asalariados, es decir, lo social, y ceder una parte (pequeña, de momento) de los beneficios acumulados sin que las contradicciones del sistema provoquen indeseables situaciones de conflictividad. Aquí, en España, por poner un ejemplo, fueron gobernantes social-liberales Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero. El primero durante cuatro mandatos sucesivos con gran éxito de público. Y el segundo durante dos que resultaron polémicos por su empeño en imponer valores republicanos (laicismo, igualdad de género, memoria histórica, etc.) que en Francia estaban bien asimilados. A un amplio sector de la carcundia nacional la importación de esos valores le pareció subversiva y la crítica le llovió desde todas partes. Desde esa perspectiva, Emmanuel Macron también es un social-liberal y habrá que ver si en la acción de gobierno prima más lo liberal que lo social, que es lo esperable. De momento, su equipo de relaciones públicas (que por cierto es el mismo de Strauss-Kahn, aquel presidente de la República in pectore que vio frustrada su brillante carrera por un presunto intento de violación de una camarera) nos lo ha dibujado casi como un segundo Napoleón. Llega al poder a los 39 años, cuatro más que el genial corso y se ha casado con una mujer (23 años mayor) que ejerce una gran influencia en su vida, como la tuvo Josefina en su tiempo. Y el nombre de su partido, En Marche, tiene inequívocas resonancias de las estrofas finales de la Marsellesa ("marchons, marchons"). Al margen de todo eso, no deja de llamar la atención la disminución de la talla de los últimos presidentes franceses respecto de los anteriores durante la V República. El primero y más influyente, el general De Gaulle (dejó definidas las reglas del juego político) era un hombre muy alto, de casi dos metros. Y de estatura parecida fueron Pompidou, Giscard d'Estaing y Jacques Chirac, todo ellos buenos mozos. El socialista Mitterrand fue mucho más bajito, aunque era un intelectual aficionado a las faldas. Lo mismo que Sarkozy (llevaba alzas en los zapatos) y Hollande que cambió hasta tres veces de pareja durante su estancia en el Elíseo.

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