Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Una receta para Europa: ¡perseverar en el camino emprendido!

La historia de la Unión Europea (UE) puede calificarse con todos los merecimientos de un gigantesco éxito colectivo. Desde sus comienzos se ha convertido en un laboratorio de ideas y formas políticas innovadoras e inéditas; una obra en constante evolución y construida a través de procesos de prueba y error, constituyendo ya un caso incontestable, aunque mejorable, de integración supraestatal, y poniendo de manifiesto que el Estado no agota las formas de organización política de las sociedades. Pionera en el proceso de creación del Estado-nación, está marcando ahora la senda de su revisión y reconversión, razón por la que constituye un modelo para aquellas otras poblaciones y territorios del planeta que desean asociarse y caminar juntos más allá de las soberanías y fronteras nacionales. Se mira a Europa no solo como un modelo a imitar, sino también como factor de estabilidad internacional, destinado a jugar un papel fundamental en la búsqueda de la paz, la justicia, el progreso, la democracia y el entendimiento entre todos los pueblos de la Tierra.

Estos y otros hitos resultan incuestionables y son merecedores de un inequívoco juicio laudatorio; razón por la que no deberían tener cabida tanto pesimismo, dudas existenciales y frustración. La institución estatal ha tardado más de cinco siglos en consolidarse y expandirse por todo el planeta, y la UE acaba de celebrar aún su 60 aniversario.

Dicho esto, conviene advertir no obstante contra un exceso de complacencia, puesto que es preciso mirar hacia el futuro y seguir adelante, teniendo muy claro qué hacer con Europa, esa aventura inacabada. Los europeos nos enfrentamos de manera creciente a retos comunes a los que no es posible dar respuesta por separado: la crisis económica y financiera, el paro (juvenil), la evasión fiscal, la corrupción, las desigualdades, el envejecimiento de la población, los fenómenos migratorios, el terrorismo y el crimen organizado, el desarrollo sostenible y la defensa del medio ambiente, el suministro energético, etc. El agravamiento de estos problemas en los últimos años ha puesto de manifiesto las carencias y debilidades institucionales de la Unión, a la vez que nos ha recordado -lo olvidamos con excesiva frecuencia- que se trata de una obra inacabada.

No hemos sido capaces de introducir las reformas necesarias para hacer frente a los retos planteados. No hemos avanzado en el proceso de integración de las políticas presupuestarias, estructurales y financieras que cristalice en una unión económica plena; no se ha conseguido un mayor ritmo de crecimiento económico que permitiera mejorar los niveles de empleo y cohesión social, y desterrara al mismo tiempo del discurso oficial la odiosa y terca apelación a la austeridad; no se ha escuchado a la ciudadanía, no se ha corregido el déficit democrático o la deriva tecnocrática y elitista, y no siempre se han interpretado y aplicado de forma adecuada los principios de subsidiariedad y proporcionalidad. ¡No se ha sido solidario con los refugiados que huyen de la miseria y la barbarie!

El resultado salta a la vista, y constituye el peor de los escenarios: la UE ha dejado de ser la solución y empieza a ser percibida como el problema. El "Brexit", el auge de los populismos (el resultado de las elecciones francesas han sido un alivio), los procesos de "refronterización", el proteccionismo o el retorno y rearme ideológico e identitario del Estado-nación constituyen una inequívoca demostración de este estado de cosas. El eslogan take back control hace mella en una población golpeada por las diferentes crisis sistémicas sobrevenidas, y frente a las cuales la UE no ofrece la respuesta adecuada. En estas circunstancias la reacción lógica es regresar al Estado-nación, debido a que los ciudadanos perciben que cuanto más reduzca sus capacidades institucionales y competenciales aquel, más posibilidades existen de vulnerabilidad y empeoramiento general de sus condiciones de vida.

Conviene tomar buena nota de todo ello y tratar de identificar las causas desencadenantes de este nuevo escenario; la UE debe corregir los fallos detectados y ponerse a punto para satisfacer las legítimas demandas de los ciudadanos. Pero es preciso dejar bien claro también que encerrarse en los confines del Estado-nación no es la solución si tenemos en cuenta que formamos parte de un mundo globalizado, interconectado y caracterizado por una creciente interdependencia. Si bien los Estados tienen que ser fuertes y eficaces para asegurar la gobernabilidad de sus respectivas sociedades, en la actualidad han dejado de ser autosuficientes, y ya no pueden actuar independientemente de los demás actores del escenario internacional. El futuro del Estado (o, también, el Estado del futuro) pasa por adaptarse a las grandes transformaciones del mundo actual, por revisar su construcción teórica tradicional, por asumir una soberanía compartida y convergente, por redefinir su naturaleza y funciones, y por expandirse y comunicarse cooperativamente en nuevos y amplios espacios geopolíticos.

La UE lo ha entendido así, y por eso ha emprendido el camino de la integración hace ya unas décadas; un camino que en esta etapa de turbulencias e incertidumbres debe proseguir con determinación y claridad de ideas, con perseverancia, teniendo presente que esta es la dirección que marca la evolución de la humanidad, y fijándose como meta la construcción de los Estados Unidos de Europa; esta era precisamente la idea fuerza de los Founding Fathers, convencidos de que en último término "Europa o será federal o no será". Habrá países que lo entiendan así, y habrá otros que no; invitamos a los primeros a dar el paso, y sin más dilaciones, ofreciendo a los demás integrarse en una organización confederal.

Concluyo esta breve reflexión con motivo de la celebración del Día de Europa afirmando que la UE debe sobreponerse cuanto antes a ese estancamiento y europesimismo coyuntural que la embarga y seguir progresando, y sin demora, en su proceso de integración; solo así podrá afrontar exitosamente los retos planteados. Y para ello ha de inspirarse en la lógica y postulados del federalismo asociativo, la fórmula más idónea para integrar -sin destruir- todas esas realidades componentes de la vieja Europa: Estados, regiones, naciones, ciudades, minorías, etc. Es la Europa plural y multinivel, la Europa unida y diversa. ¡La Europa federal!

*Catedrático de Ciencia Política en la UVigo

Compartir el artículo

stats