Tras una etapa económica de tremenda dureza como la que estamos superando, no puede sorprender que las estadísticas revelen que casi un tercio de la juventud gallega haya encontrado su primera oportunidad laboral en el sector servicios. Siendo simplistas, podríamos decir que se debe a que los servicios generan el 63% del PIB autonómico. Pero si hilamos fino, veremos que solo un 22% proviene de la hostelería y el comercio. La banca, los seguros, la consultoría, la telefonía, la informática€ por poner algunos ejemplos, están asociados a ese sector.

Es cierto que la recuperación de la actividad económica está generando muchas más oportunidades en servicios que en la industria, pero también es cierto que la transformación del sistema productivo lleva su tiempo, y que tenemos altísimas aspiraciones: queremos dejar a las futuras generaciones una economía basada en el conocimiento, y no en el ladrillo. Estoy convencido, y así presumo, de que Galicia es una de las comunidades autónomas que ha dado un vuelco más radical a su economía en un plazo muy corto de tiempo.

Hace apenas 50 años, la economía de Galicia se sustentaba en su sector primario, con una escasa capacidad industrial enfocada básicamente a la construcción y reparación naval y a la transformación de los productos del mar. Hoy, gracias al progreso y al empuje de nuestros empresarios, somos líderes a nivel mundial en sectores tan estratégicos e importantes como el textil, la automoción, la piedra natural, la industria conservera, e incluso en actividades que hace algunas décadas estaban en pañales como la aeronáutica.

Hemos pasado de una economía agrícola de subsistencia a tener algunos de los vinos más apreciados a nivel mundial. Quizás no seamos una economía capaz de generar volumen, pero podemos presumir de las mejores materias primas y hemos aprendido a dar a nuestros productos un gran valor añadido.

Contamos con centros tecnológicos punteros referentes a nivel europeo y nuestra Universidad ha conseguido un prestigio que es la mejor carta de presentación para nuestros jóvenes, muy valorados por su altísimo nivel formativo.

Pero el progreso se mueve a una velocidad tal que muchas de las profesiones del mañana aún están por perfilarse o en proceso de definición. La Universidad tiene por delante una tarea compleja y ardua para adecuar su oferta formativa a las necesidades del mercado laboral.

Es en este contexto donde la colaboración universidad-empresa resulta imprescindible y urgente. La adaptación a los cambios vertiginosos en los conocimientos y capacidades del capital humano, será más eficaz si existe un intercambio directo y claro de información, de modo que se despejen dudas sobre la formación que demandan las empresas y la oferta universitaria.

Desde nuestra perspectiva, una de las asignaturas que debería incluirse en los planes de estudio, incluso desde los niveles más básicos de formación, es el emprendimiento.

Estamos convencidos de la importancia de formar a nuestras futuras generaciones en las herramientas, las aptitudes y el conocimiento necesarios para emprender. Es preciso traspasar el conocimiento y la experiencia de los empresarios consolidados, así como las buenas prácticas empresariales, para promover el emprendimiento y minimizar el fracaso de los nuevos proyectos.

Así, muchos de los jóvenes que hoy no encuentran oportunidades en sus áreas profesionales actuales, o aquellos cuyas visionarias propuestas no encuentran más que obstáculos, tendrían la oportunidad de sacarlas adelante con más probabilidades de éxito. En definitiva, conseguiríamos retener un talento valiosísimo que en los últimos años hemos perdido por carecer de encaje laboral.

Pero hay otro grave peligro para la economía de Galicia: la despoblación. Mientras nuestros jóvenes universitarios triunfan por el mundo, empujados por el espíritu de dedicarse a sus respectivas profesiones y vocaciones, la tierra que les vio nacer sufre una crisis poblacional sin precedentes.

Las administraciones públicas deben implementar medidas de fomento de la natalidad, porque si nuestros jóvenes se arraigan en otros países -no solo por sus vínculos laborales, sino especialmente después de formar una familia- no solo perdemos el talento, sino que perdemos a las futuras generaciones llamadas a regenerar nuestro tejido social.

Los empresarios valoramos el talento y sabemos que lo necesitamos para que las nuevas tecnologías se infiltren en nuestro sistema productivo y nos permitan ser cada vez más competitivos. Y lo que es más importante aún: conocemos las consecuencias de perderlo y damos la voz de alarma. A menos población, menos demanda de bienes y servicios, menos actividad económica, menos progreso.

Tendemos nuestra mano a todos los agentes sociales para conseguir que Galicia sea un terreno fértil, productivo y competitivo para nuestras generaciones presentes y futuras.