La reciente historia de algunos países de la UE y la propia del partido socialista han puesto de manifiesto de modo reiterado que los procesos de primarias y los refrendos suelen ser de resultados impredecibles y, en muchos casos, adversos para quien los convoca. Las primarias que ganaron Borrell y Tomás Gómez o en el caso de los referéndum, el del Bréxit, o los de Francia, Holanda, Hungría, etc. sobre los tratados europeos, pueden servirnos de ejemplo.

Estos procesos tienen una característica común: una gran parte de las personas que participan en ellos, sean militantes o electores, actúan con un limitado nivel de información y con una gran carga de pasión y sentimientos -por otra parte justificados- que no siempre conducen a un buen fin. Incluso la historia nos ha enseñado que procesos electorales caracterizados por estos dos fenómenos han producido catástrofes de gran dimensión. La Alemania de 1933 o la Venezuela de hoy podrían ser dos ejemplos válidos.

Es cierto que, por diversas razones, la crisis de los partidos socialdemócratas en Europa les ha llevado a la irrelevancia o a la desaparición. Italia, Francia o Reino Unido, por ejemplo; al tiempo que la presencia de los populismos con tintes nacionalistas han aparecido con fuerza.

En el caso del PSOE, no se trata solamente de que el candidato Sánchez haya perdido en poco tiempo dos elecciones generales, con resultados peores en cada ocasión, o de la cuestionable solidez de su discurso, sino que a juzgar por sus declaraciones, pueden abrirse dos escenarios realmente preocupantes en nuestro país: uno en el propio partido y otro en las Instituciones.

Sus insistentes mensajes del "no es no", "España es una nación de naciones", "hay que buscar el encaje de Cataluña en España", etc. olvidando que Cataluña lleva encajada en España desde los visigodos, o que la "alianza natural debe ser con Podemos", abren algunos escenarios que pueden llevar al Partido Socialista e incluso al país a situaciones preocupantes.

En lo que se refiere a la profunda división creada en el propio partido y los efectos que ello puede tener en el imprescindible mantenimiento de la unidad, ante una hipotética victoria de Sánchez en las primarias, la pregunta que nos planteamos es cómo se articulará la relación partido-grupo parlamentario, en el que Sánchez apenas cuenta con media docena de diputados afines. Si como parece, los parlamentarios socialistas optaran por contribuir a mantener -como vienen haciendo- un cierto grado de estabilidad en las Instituciones, impulsando iniciativas parlamentarias que saquen adelante reformas beneficiosas para sus electores -aprovechando que el PP no tiene mayoría absoluta- y rechazando consignas que les lleguen de Ferraz, la ruptura está garantizada.

Si por el contrario, el Grupo Socialista virara, adaptándose a la nueva situación interna y pasando al "no es no"sanchista de modo sistemático, a Rajoy se le pondrían las cosas más fáciles. Probablemente disolvería el Parlamento, convocaría nuevas elecciones y la situación para el PSOE no podría ser peor.

Ninguna de las dos cosas sucedería si, por el contrario, fuera Susana Díaz quien ganara las primarias, cuyo proyecto para España, en relación con el conflicto catalán o hipotéticas alianzas con Podemos, sería radicalmente diferente al de Sánchez y se correspondería con la concepción que, desde siempre, ha mantenido el PSOE sobre la necesaria estabilidad institucional, la soberanía nacional, una distribución justa de la riqueza, el fortalecimiento de políticas sociales y el rechazo de aventuras populistas.

España tiene -también la UE-, en estos momentos, problemas de suficiente calado como para que el Partido Socialista mantenga la línea que le ha caracterizado siempre: la responsabilidad y poner por encima de intereses de partido los intereses del país y de sus ciudadanos.

Las dinámicas independentistas y populistas pueden abrir un escenario sumamente preocupante que puede acabar en conflictos sociales que el PSOE, bajo ningún concepto, ni puede ni debe alimentar.

Tal vez Marx tenía razón cuando escribía que la historia siempre se repite: primero como tragedia y después como farsa.