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Reevaluar la ética del trabajo

Las manifestaciones del Primero de Mayo siguen siendo necesarias en todas las democracias, como también la restauración del sindicalismo reivindicativo allí donde las condiciones de vida sean precarias, se incumpla el derecho constitucional al trabajo y coexistan los empleos dignos e indignos. Pero no hay que perder de vista que el concepto filosófico y el campo semántico del "trabajo" están evolucionando en el mundo global a impulsos de la "revolución robótica". En la última década del siglo pasado se generalizó la tendencia a reducir la jornada laboral y han aparecido libros como Elogio de la pereza de Tom Hodgkinson (2005) o Los placeres y los pesares del trabajo de Alain de Botton (2009), autores británicos que desarrollan el pensamiento de su antecesor y maestro, el filósofo, activista social y premio Nobel Bertrad Russell, fallecido en 1970 después de predicar toda su vida la prioridad de la educación, el pacifismo y la condena de las armas nucleares.

En su Elogio de la ociosidad (1932) estudió Russell los efectos de la Gran Depresión del 29, que dejó sin trabajo a un tercio de la población activa del mundo libre. Tras criticar la "ética del trabajo" como superstición interesada del poder económico, concluye afirmando que "la idea de que el trabajo es virtuoso ha hecho un daño inmenso". Más aún, escribe que "la moralidad del trabajo es la de los esclavos, y el mundo moderno no necesita la esclavitud". La vida equilibrada descansaría en una jornada laboral de cuatro horas, y en dedicar el resto a la ociosidad creativa o lúdica, "Hasta hoy hemos sido tan activos como antes de que hubiera máquinas; hemos sido estúpidos, pero no hay razón para que lo seamos siempre".

Aunque lo parezca, no fue Russell un utopista sino el padre de la filosofía analítica y de la moderna matemática. Su mención a las máquinas es crucial en el presente y lo será más a medida que crezca la cuota del trabajo robotizado, en el que todo el mundo cifra ya el modelo imparable de los sistemas de producción y comercio a la medida exacta de los mercados.

¿Y quién pagaría los costes de la vida digna y el ocio creativo de los trabajadores de cuatro horas? Pues precisamente las máquinas, por la fiscalidad aplicada a su funcionamiento y rentabilidad productiva, otro tema del que se está hablando. Es posible que en 1932 no pudiera Russell imaginar el nivel tecnológico que vivimos menos de un siglo después, colosal pero aún pequeño en relación con sus potencialidades. Pero al predecir una "reevaluación de la ética del trabajo" auguraba algo que va a ocurrir más pronto que tarde. Él estaba convencido de que "trabajar menos incrementará la felicidad humana". Un objetivo, el de la felicidad, que es común a todos los pueblos e ideologías, aunque se frustre una y otra vez.

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