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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Engañada y traicionada

En su anuncio de dimisión, tras el escándalo del caso Lezo, la señora Aguirre dijo "haberse sentido engañada y traicionada" por personas de su máxima confianza. Pero, al margen de reconocer su fallo en la obligada tarea de vigilar las actuaciones presuntamente delictivas de sus subordinados, no se atribuyó ninguna culpa más. E incluso se permitió mostrarse hondamente preocupada por el hecho (al parecer novedoso para ella) de que la corrupción política se haya convertido un problema en España. El argumento parece sacado del manual de excusas de la dictadura franquista cuando trascendía al público (raramente, porque la censura lo tapaba todo) alguna trapacería. Entonces, era costumbre decir (de boca a oreja, nunca en los medios) que el general era un hombre austero, de comportamiento intachable, y los que metían la mano en el cajón eran gente aprovechada que pululaba a su alrededor haciéndole la pelota. He oído decir eso muchas veces y creí que con la instauración de un régimen democrático la transferencia de culpas a subordinados, pelotas y gente del entorno (como ahora se dice) sería un alegato prohibido para aquellos que ostentan las máximas jefaturas. Pero, como en tantas otras cosas, estaba equivocado. Pujol nunca supo nada de Banca Catalana ni de los negocios de sus hijos; Felipe González, menos aún, sobre las actuaciones del GAL; José María Aznar aún se resiste a reconocer que las mentiras sobre la existencia de armas de destrucción masiva solo fueron un pretexto para perpetrar una guerra criminal; Rita Barberá era inocente del bichero de corruptelas que pululaban a su alrededor; y el señor Rajoy es el primer sorprendido de la existencia de una amplísima trama de comisionistas en las sedes del PP.

Y si toda esa gente importante ignoraba lo que ocurría en el piso de abajo, o en la puerta de al lado, es lógico deducir que la señora Aguirre también padecía de alguna obstrucción sensorial que le impedía ver, oír y oler la enorme cloaca que se había ido formando a sus pies. Buena parte de la actuación política de esta señora ha estado marcada por la sospecha de corrupción. Accedió a la presidencia de la comunidad autónoma de Madrid tras el escándalo del Tamayazo (aquel "secuestro" de dos diputados socialistas que cambiaron el sentido de su voto para favorecerla a cambio de no se sabe qué). Y ya con todos los resortes del poder en la mano emprendió un proceso salvaje de privatización de la sanidad pública. Un proceso que empezó con la adjudicación a empresas privadas de once hospitales en régimen de concesión, siguió con la campaña de desprestigio del servicio de sedaciones a enfermos terminales del hospital Severo Ochoa de Leganés (una denuncia anónima acusaba de la existencia de hasta 400 casos de homicidio) y culminó con el plan de privatizar la gestión de varios hospitales y centros de salud lo que provocó la llamada "rebelión de las batas blancas". Por cierto que, uno de los encargados por Aguirre de llevar a cabo aquella gigantesca privatización, el consejero Lamela, se vio implicado luego en otro escándalo de supuesta corrupción. Pese a todo ello, a la señora Aguirre no le faltan valedores. He oído que un conocido locutor le ha ofrecido un puesto de tertuliana en su programa radiofónico.

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