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El fin de la pesadilla francesa

Pues va a ser que sí: que las opciones de poder de los partidos clásicos están en las "grandes coaliciones" de la derecha y la izquierda moderadas. Es lo que vive Alemania desde la irresistible ascensión de Angela Merkel, quien, tras la primera vuelta de las presidenciales francesas, ilustra una inteligencia pionera en la lectura de los cambios políticos del nuevo siglo y de la globalización. Fillon y Hamon, representantes del conservadurismo y el progresismo clásicos de la V República, han quedado fuera de juego por primera vez en sesenta años. Tras la derrota, postulan el apoyo en segunda vuelta a quien será sin duda el nuevo titular del Elíseo, Enmanuel Macron. Respaldarle el 7 de mayo no significará cohabitación, pues todas las marcas volverán a competir separadamente en las muy próximas elecciones legislativas.

La nueva Asamblea Nacional reflejará una fragmentación similar a la de estos comicios, con ocho candidatos a la presidencia. El gobierno del país dependerá de continuos pactos parlamentarios, algo muy diferente de una mayoría estable pero más operativo que la jaula de grillos de la aún vigente legislatura. El porcentaje alcanzado por Marine Le Pen es una vergüenza para la Francia europeísta y moderna. Resulta insoportable la sola idea de que la procacidad neofascista pueda imponerse en el país que abrió con su Revolución la contemporaneidad del mundo. Por suerte, no es la primera derrota ultra en el espacio europeo, ni será la última. Uno tras otro, los populismos de ese signo irán cayendo en la irrelevancia.

Para ello es imprescindible que los gobiernos democráticos hablen menos de superar la crisis y se centren seriamente liquidar sus efectos más perturbadores en el nivel de vida y en la conciencia política de las clases populares, cuyo voto multiplica el de cualquier otro estamento. Sin esta determinación inequívoca, los neofachas seguirán teniendo recorrido, y no solo ellos: también los mercaderes que abusan de las nuevas tecnologías en la colonización o el secuestro de las libertades fundamentales. Si Macron gobierna en coherencia con su marca "socioliberal" -o lo que entendemos en esa adjetivación- la experiencia puede ser positiva no solo para el relanzamiento de la unidad europea tras la estúpida tenacidad británica, sino también para consolidar el ser y la esencia de la democracia en toda Europa.

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