Francia empezó la campaña muy dividida y, aunque todavía lo está hoy, el consenso proeuropeo en torno al candidato favorito, Emmanuel Macron, empieza a ser tangible, sin conocerse aún su amplitud exacta. Los resultados electorales ofrecieron sorpresas, confirmaciones e inquietudes. Tres de ellas pueden ser resaltadas. Por un lado, la confirmación de que, en una clase política envejecida, un hombre de tan solo 39 años, sin el apoyo de un partido político establecido, ha sido capaz de remontar todos los obstáculos y pasar a la segunda vuelta calificado en primer lugar. Algunos dirán que era él, y no Manuel Valls, el auténtico delfín de Hollande, que lo descubrió y le abrió las puertas como ministro. Por otro lado, la confirmación de la debacle socialista, con un candidato que inició la campaña pidiendo la retirada de Mélenchon, de extrema izquierda, para formar una candidatura única, y la terminó finalmente en quinta posición. Y, en tercer lugar, la confirmación de la calificación del Frente Nacional, antieuropeo, que, pese a su segunda posición, decepcionante para sus dirigentes, es una fundada causa de inquietudes para buena parte de la sociedad francesa y europea.

Tras las primeras reacciones, los apoyos explícitos de Hamon y Fillon, líderes de los Partidos Socialista y Republicano, a Macron, son una garantía para este, pero no una certeza absoluta. Primero, porque Jean-Luc Mélenchon, contrariamente a las tradiciones de la izquierda, no ha llamado a votar contra la extrema derecha, sino que consultará a las bases, que pudieran decantarse por no ir a las urnas. Segundo, porque las primeras reacciones en los campos de Hamon y Fillon dejan entrever que la abstención, especialmente entre los socialistas, o el voto a Le Pen, entre algunos votantes de los Republicanos, son alternativas que se barajan, más allá de las consignas de los dirigentes. Hoy, en una sociedad francesa cada vez más individualista, la obediencia a la consigna de los líderes políticos no parece una constante ni desde luego una necesidad.

La sociedad francesa debe evitar ahora la solución de facilidad, y no dar las cosas por hecho antes de tiempo, especialmente con el riesgo abstencionista y con una segunda vuelta que tiene lugar en medio de un puente, lo que no incita al voto. Aunque parezca más que probable la victoria de Macron en la segunda vuelta, es imposible predecir con qué porcentaje se producirá. Pudiera pensarse que, ganando, el impacto del porcentaje tiene más consecuencias psicológicas que reales para Francia como para Europa, pero con lo que está en juego, la psicología importa, y mucho. Cuando Le Pen padre pasó a la segunda vuelta en 2002, un 82% del electorado votó a Chirac, y estas cifras son absolutamente imposibles en 2017. La "normalización" paulatina pero constante del partido efectuada por su hija Marine ha dado frutos y, en la sociedad francesa actual, no se percibe el mismo sentimiento de rechazo que en 2002. El Frente Nacional parece hoy ser una opción política más, entre buena parte del electorado y especialmente entre los jóvenes.

Quedan dos etapas clave: la segunda vuelta de las presidenciales, pero también las elecciones legislativas a finales de mayo. Las legislativas permitirán conocer la mayoría parlamentaria necesaria para gobernar, determinando quien será el primer ministro, con un escenario de nuevo totalmente abierto, tanto para En Marche! el partido de Macron, como para los demás: el escrutinio no es proporcional, sino que es un sistema uninominal mayoritario de dos vueltas. Este sistema conducirá probablemente a una escasa o nula representación parlamentaria del partido de Le Pen.

Mientras tanto, en Francia se respiran emociones contradictorias: decepción de algunos, que esperaban más, pero ilusión de muchos para quienes los resultados son símbolo de abertura, de internacionalismo, y de rechazo a la opción ultraderechista.

*Profesor titular de Derecho Público, Vicedecano de la Facultad de Derecho, Universidad de Perpiñán Via Domitia