En diciembre de 1964, mil estudiantes de la Universidad de Berkeley realizaron una sentada enfrente del Sproul Hall, uno de los edificios administrativos de la facultad, para que les permitieran llevar a cabo actividades políticas en el interior del campus. Era una época convulsa. Corrían los frenéticos y alocados años sesenta. Habían asesinado al presidente John Fitzgerald Kennedy; los derechos civiles y la guerra de Vietnam; Woodstock, la contracultura y los hippies. La protesta, que dejó algunas imágenes violentas debido a la belicosa intervención de la policía, acabó con 796 estudiantes arrestados. Pero la universidad, cediendo ante las presiones, eliminó finalmente la restricción. Como consecuencia, el Sproul Hall acabó convirtiéndose en un lugar para el debate público. Aquel acontecimiento, según el "San Francisco Chronicle", representó "el comienzo de un cambio sísmico en la cultura estadounidense". El Movimiento por la Libertad de Expresión, al que pertenecían muchos de esos jóvenes manifestantes, se expandió por todo el país. California es el origen. Un "mayo del 68" que funcionó.

Más de medio siglo después, Berkeley vuelve a aparecer en los medios de comunicación tras cancelar una conferencia sobre la inmigración de la comentarista conservadora Ann Coulter. La universidad alega razones de seguridad. No están preparados, aseguran, para proteger a la conferenciante ese día de las posibles agresiones, pues se han recibido varias (y serias) amenazas. Esto ha irritado a muchos, tanto conservadores como progresistas (de acuerdo con Robert Reich, Secretario de Trabajo con el Gobierno de Bill Clinton, cancelar el acto es "un error muy grave"), porque piensan que esta decisión, además de ser poco inteligente, va contra los valores de la institución académica. Berkeley College Republicans, el grupo que invitó a Coulter, amenaza con demandar a la universidad. En Berkeley ahora dicen que están dispuestos a dejarla a hablar, pero tendrá que hacerlo a principios de mayo. Coulter, por su parte, insiste en que acudirá el día que estaba planeado. "¿Me van a arrestar?", se preguntó en un programa de Fox News.

El problema de la libertad de expresión es que no admite demasiados matices: o se está a favor se está en contra. No es necesario recurrir a Voltaire para comprender que la genuina aplicación de este derecho implica en ocasiones leer y escuchar afirmaciones que pueden resultar desagradables. Y que defenderlo supone luchar para que esas afirmaciones desagradables puedan ser leídas y escuchadas. Puede que a algunos les resulte paradójico observar cómo los conservadores abanderan ahora una causa tradicionalmente asociada a la izquierda política. Sucede, sin embargo, que la libertad, de cualquier tipo, por la que tantas barbaridades hicieron en su nombre, no es un asunto sencillo. Nos obliga a enfrentarnos a nuestros prejuicios y a resistir la tentación autoritaria. La libertad de expresión abarca todo eso: el humor negro y los discursos de personajes antipáticos. Que hablen.