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Los años del wólfram (I)

En las minas de Fontao y Silleda trabajaban más de 200 obreros a finales de la década de 1920 y llegaron a rondar los 3.000 durante la II Guerra Mundial

Durante la Segunda Guerra mundial, en la que España se mantuvo neutral y los países europeos necesitaban materias primas para la industria bélica, en Galicia se explotó un metal tan precioso como el oro: el wolframio. Este metal figuró en la lista de productos más codiciados desde la Primera Guerra Mundial, debido a sus múltiples aplicaciones en la industria moderna y considerado indispensable en la industria militar.

Llamado también tungsteno, el wólfram presenta un color gris acerado, muy duro y denso y tiene el punto de fusión y ebullición más elevado de todos los elementos conocidos. La industria bélica lo usaba para revestir los diferentes armamentos y lograr una mayor dureza. Se usaba también en los filamentos de las lámparas incandescentes, en electrodos para soldaduras, en resistencias eléctricas y, aleadas con el acero, en la fabricación de aceros especiales de gran dureza. Estas características le hicieron tan valioso, que la elevada demanda, por parte de alemanes e ingleses, hizo que su precio alcanzase inicialmente las 200 pesetas por kilo, superándolo después.

La riqueza mineral de la zona de Cruces y Silleda, así como sus posibilidades de explotación, eran conocidas desde mediados del s.XIX. Los estudios geológicos destacaban la riqueza del estaño contenido en la casiterita, así como las dificultades naturales para su extracción. Sería en el último tercio del siglo XIX, con la explotación de las concesiones mineras de Tiro y Sidón, en Carbia, y de La Angelita, en Silleda, cuando se crearon las Minas de Fontao.

Desde 1897 la empresa The San Finx Tin Mines Ltd. controla las minas de ambos márgenes, extrae estaño, lo envía a Carril para ser tratado y de allí a Inglaterra, a través del puerto de Vilagarcía. A la explotación artesanal, le sigue años más tarde una explotación industrial, en galerías y pozos, con vagonetas que vierten el mineral en los coladeros y de ahí a la planta de concentración. El concentrado de casiterita obtenido se enviaba a Carril, para realizar la separación del estaño y el volframio del resto de materiales.

La explotación estuvo sujeta altibajos. En 1909 se cierran temporalmente las minas de Carbia, y solamente se mantiene la explotación de wolframio en la mina Angelita de Silleda, que se abandonará en 1918. Durante la I Guerra mundial se asiste a una explotación singular, por parte de mineros de ocasión, llamados aventureros o rebuscadores, pero ante los bajos precios del mineral, la explotación de las minas de Fontao se cierra en 1921. En 1927 ante la subida de precio del estaño, la compañía propietaria, Societé des Étains de Silleda, reinicia la explotación en las minas de Carbia y en la Angelita. Se afirma que, entre 1928 y 1929 había más de doscientos obreros fijos y que el valor de la producción se quintuplicó, alcanzándose producciones en torno a las treinta toneladas mensuales, pero este auge se vio frenado por la crisis de la Bolsa en Nueva York de 1929 y la Depresión europea.

Superada la Gran Depresión, desde 1934 en adelante, se produce un crecimiento enorme en la explotación de estaño y wolframio, que se mantiene en alza durante la Guerra Civil española (1936-39) y la II Guerra Mundial (1939-44), con una gran subida de precios y una fuerte demanda internacional. Era la época dorada del wólfram. En un informe se podía leer: " En los años de mayor demanda de wolframio (1940-44) las minas de Fontao empleaban del orden de tres mil trabajadores, duplicándose el volumen de las zafras extraídas de las minas (de 25.000 toneladas en 1938 a 53.000 toneladas en 1942) con producciones en 1942 de unas 76,75 toneladas de estaño y 129,26 toneladas de wolframio". Ante la escasez de mano de obra cualificada, se solicitó al Estado que enviara, con el programa de redención de penas, presos políticos de la guerra civil, a poder ser asturianos, por su experiencia minera.

Acabada la II Guerra mundial, los precios caen y solamente la guerra de Corea (1950-53) provoca una breve explotación, hasta su cierre definitivo en 1973. Tras el cierre de la mina y la inundación de las galerías se mantuvo una explotación a cielo abierto, con nueva maquinaria y muy escaso personal, para el aprovechamiento de todos los materiales posibles, hasta que dejó de ser rentable y en 1974 se produjo el desmantelamiento y cierre total de las instalaciones.

Para la explotación de esta zona minera en los márgenes del río Deza, se crearon una serie de sociedades de capital extranjero: la pionera fue la inglesa The San Finx Tin Mines Ltd., la compañía francesa Societé des Étains de Silleda, que pasó a denominarse Wólfram Hispania, S.A., y, desde 1945, Fomento Hispania, S.A.

Los poblados

Dada la ubicación difícil de las minas, la escasez de comunicaciones y lo abrupto del terreno, las empresas crearon dos poblados mineros. El primer poblado fue el del Gurugú, creado por los ingleses a finales del XIX, en lo alto de un risco sobre el río Deza, cerca de la mina Angelita, con viviendas para los obreros y algunos servicios, convertidos en el día de hoy en una ruina total. Ante la masiva producción y un gran aumento de mano obra fija, se creó un nuevo poblado, en la zona de Fontao, más conocido como Minas da Brea.

Este poblado, llamado el barrio de madera, estaba formado por unos barracones en los que se alojaban obreros y albergaban, además, pequeños comercios, cantinas, casas de comidas y un mercadillo ambulante. En torno al monte, junto al poblado, se asentaban la mayoría de las cantinas, tabernas, bares, fondas, alguna carnicería, ultramarinos, servicios de peluquería y también clubs con servicios varios de señoritas de compañía.

En la década de 1940-50, ante la masiva afluencia de gente a la zona minera, se construyó en la misma zona un nuevo poblado, siguiendo el modelo urbano del Instituto Nacional de Colonización. La inauguración, con asistencia de autoridades locales y directivos de las Minas, se llevó a cabo en 1958. El párroco de San Pedro, José Mato, bendijo las nuevas instalaciones, que albergaban, además de las viviendas, una iglesia, dos escuelas, botiquín con servicio médico, cine, salón de baile y un campo de fútbol.

En torno al nuevo poblado seguían las más de cuarenta tabernas, casas de comida, pequeños comercios de textiles, ferretería, fruterías etc. En el documental de E. Otero A luz do negro se afirma que en esos años " se abrieron hasta sesenta tabernas, tres salones de baile y dos cines, así como varias casas de comida, hostales y apartamentos para alojar a los obreros". El poblado se había convertido en un nuevo núcleo de población, con una vida intensa, una población joven y variopinta, que disponía de abundantes servicios.

En los primeros años de explotación de las minas, a la zona llegaron sobre todo hombres con la idea de trabajar en la extracción del mineral. La presencia femenina era muy escasa. La mina era cosa de hombres. Ante los salarios altos que se obtenían, una mayoría de la población masculina de la zona, dejó el trabajo del campo y se colocó en las "minas", trabajando en el tajo, en los almacenes, como guardas jurados, como chóferes, etc.

La presencia de mujeres fue aumentando a medida que los trabajos eran más estables y el poblado, en esas fechas, acogió no solo a los obreros solitarios, sino a familias completas. A las mujeres no se les permitía la entrada en la mina, ni en la fábrica, pero eran contratadas por la empresa para realizar labores auxiliares, como los de lavar y separar el material. Estas esposas de obreros se dedicaban, a veces, a lavar de manera clandestina mineral del río para beneficio propio.

Las gentes de los alrededores, al haber tantos obreros solitarios y necesitados de viviendas, sacaban un dinero extra alojando a alguno de ellos en sus casas, alquilando habitaciones, alpendres, palleiras como dormitorios. Las mujeres de estas casas obtenían un dinero extra lavando la ropa, planchando o dando alguna comida a los alojados o trabajando como cocineras, sirvientas, etc. Otras, venidas de fuera, trabajaban en las cantinas, en las tiendas, en los servicios del poblado y también como "animadoras" en los clubs de alterne. En estos años de 1940 y 1950, dada la cantidad de presos políticos que trabajaban en las minas, redimiendo condena con el trabajo, se realizaron bastantes matrimonios, sobre todo de asturianos, con mujeres de la zona.

Dada la importancia estratégica del wólfram, su altísimo valor, la abundancia del mismo y la numerosa población reclusa que trabajaba en la mina, la presencia de las fuerzas de orden público se multiplicó. Llegaron a la zona una gran cantidad de guardias civiles, miembros del ejército y policía, a veces secreta, para controlar a los prisioneros y evitar en lo posible, el mercado negro, así como mantener el orden y evitar robos, peleas, etc. Tanta fue la presencia de la Guardia Civil que fue necesario crear un acuartelamiento estable. El cuartel inicial era un barracón de madera, situado en el camino viejo de Fontao, al que luego seguiría otro, más amplio y de paredes sólidas.

En estos años, cuando uno hablaba de A Brea o de Fontao, ya no se refería solamente a la zona minera, sino a una "ciudad peculiar", creada en medio de la nada y que contaba con una población numerosa y una enorme variedad de servicios, tal como se puede leer en el siguiente texto: " La explotación minera de Fontao, configuró en las décadas de 1940 y 1950 un dinámico micromundo industrial incrustado en el sosegado mundo rural de estas tierras del Deza: la casa de la dirección; las viviendas del ingeniero y de los facultativos de minas...; los barracones y viviendas para los mineros que llegaron a configurar un poblado; su mercado diario organizado en "la plaza" por vendedores ambulantes; sus cerca de una decena de pequeñas tiendas de comestibles y ultramarinos, géneros textiles y ferretería; sus panaderías, la frutería y la carnicería; las tabernas y salas de baile; la tómbola de alegres señoritas que, eso sí, 'todas viñan de fóra e non residían permanentemente na aldea'; los dos rudimentarios cinematógrafos, a los que se uniría más tarde la sala de cine del poblado, con trescientas cincuenta butacas y de libre acceso para el vecindario los sábados y domingos; el campo de fútbol en el centro del poblado...; el botiquín sanitario que incluía una sala con cuatro camas y la vivienda del practicante; el grupo escolar del poblado, con escuela para niños y niñas, que escolarizó no solo a los hijos de los mineros, sino al resto de los pequeños de la parroquia; e incluso una nueva iglesia construida en el poblado, a unos quinientos metros de la parroquial". (BUXA. Asociación galega do patrimonio industrial).

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