Un nuevo segmento de población empieza a dominar la pirámide demográfica de Galicia. Son los jubilados jóvenes. Personas muy activas que concluyeron sus carreras laborales, muchos incluso antes de los 65 años, y tienen por delante una larga etapa que vivir con intensidad satisfaciendo sus inquietudes o enriqueciendo su bagaje con experiencias de las que antes no tuvieron ocasión de disfrutar. Se trata de un grupo socialmente interesante, con tiempo libre para arrimar el hombro en múltiples frentes. Intelectualmente competente: acumulan un conocimiento impagable en plenitud de facultades por el progreso de la sanidad. Y hasta en algunos casos económicamente atractivo, pues con sus pensiones elevadas por los muchos años cotizados mantienen un aceptable poder adquisitivo.

Según el último padrón municipal, una cuarta parte de los gallegos, 651.000 personas, supera los 65 años. En 2031, menos de tres lustros, serán uno de cada tres. Un porcentaje imbatible en el país. Solo por debajo de Asturias. El envejecimiento crece a ritmo exponencial. La edad media en Galicia supera ahora mismo los 46 años. Además, numerosos expedientes de regulación de empleo derivados de la crisis precipitaron el retiro anticipado de cientos de operarios.

La mayoría de los gallegos declara hoy en las encuestas sentirse feliz o muy feliz. La esperanza de vida alcanza los 83 años. El bienestar, entendido como acceso a la sanidad, los bienes y los servicios, la seguridad y la capacidad de trabar lazos comunitarios, progresó igualmente mucho en los últimos tiempos. Una parte importante de la población, por encima de lo habitual en España, llega a la senectud en condiciones de buena salud. La ancianidad no representa, en ningún aspecto, una carga insoportable.

Por sintetizar esta radiografía de manera gráfica: es como tener de golpe a decenas de miles de vecinos liberados de trabajar aunque en el culmen de sus expertas carreras profesionales, con ingresos estables asegurados y sin limitación física que les impida dedicar las horas a sus aficiones. Un goloso caramelo económico, por lo que supone atender las necesidades de ese colectivo inmenso y lo que implica obtener provecho de sus conocimientos.

La economía plateada, lo han bautizado. Galicia atesora múltiples ingredientes para encaramarse con éxito a esta ola, un mercado emergente lleno de oportunidades en el ocio, el turismo, la salud, la biotecnología y el entretenimiento. Y, además, universal: capaz de allegar visitantes foráneos. Falta una estrategia vertebradora que dote de cuerpo a las iniciativas regionales para hacerlas converger en la misma dirección y para asignar con eficiencia las inversiones públicas. El gran problema no reside en la escasez de recursos, sino en la ausencia de prioridades productivas: la mayor parte de las veces no existe un rumbo claro con el que navegar. Las administraciones dan palos de ciego dispersando los esfuerzos. Se trata de saber qué se quiere y cómo se quiere para luego trabajar y trabajar.

El turismo de relax y cuidados anda en mantillas. El emergente "clúster" del videojuego cuenta con un nicho de mercado inexplorado en los pasatiempos para prevenir dolencias como la pérdida de memoria. Habrá que disponer en el futuro de casas confortables específicamente diseñadas para inquilinos veteranos, de áreas geriátricas muy diferentes en su concepción a las actuales, de villas urbanísticamente aptas para ciudadanos con otras circunstancias de movilidad o de automóviles automatizados para un tipo distinto de conductores. Los robots que asisten en el domicilio, las teleconsultas y las televigilancias sanitarias, los dispensadores de medicación a distancia y los relojes con nanosensores para controlar parámetros médicos ya no pertenecen al dominio de la ciencia ficción. Ciertamente, una industria por desarrollar.

La mejora de las prestaciones a los "seniors" nunca debe interpretarse como el otorgamiento de privilegios a un sector a costa de sacrificar al resto, sino como un avance positivo para el interés común del que, llegado el momento, disfrutará la generalidad. Compatibilizar de forma voluntaria trabajo y pensión comienza a plantearse en serio como fórmula para aliviar las arcas de la Seguridad Social, pero surge en paralelo como una alternativa para exprimir a un capital intelectual experimentado, listo para continuar rindiendo en plenitud por encima del listón cronológico que la ley fija para su reclusión a los cuarteles de invierno.

Las nuevas generaciones de lo que antes la sociedad consideraba la "clase pasiva" en nada guardan relación con las que las precedieron. Viajan más y por su cuenta. Gastan más: ya hoy obtienen percepciones superiores a los recién contratados. Demandan tecnología de vanguardia, con la que están cada vez más familiarizados. Participan con mayor implicación en numerosas movimientos altruistas, desde asociaciones solidarias a agrupaciones vecinales. Exhiben afán por saber: como muestra basta acudir a las clases para mayores de la Universidad; quieren preservar su autonomía al máximo, sin depender de nadie ni encerrarse en sus hogares; disfrutan de la naturaleza y de la inmersión en prácticas relajantes y saludables como el deporte, la expresión artística y la agricultura.

Aguarda ahí delante una fuente de riqueza, un innovador motor por arrancar. Un mundo de investigación y de negocio lleno de posibilidades. A priori, Galicia cuenta con todas las papeletas para derrotar en competitividad a cualquiera: paisajes, calidad de vida, gastronomía, historia, ocio, especialización geriátrica, una biosanidad incipiente y parques científicos en expansión. Sólo resta lo de siempre: firme voluntad política de aprovecharlo rápido, saltando de las musas al teatro, y arrojo suficiente para lanzarse a la aventura sin temor a fracasar.