Hemos comentado en más de una ocasión que el conservadurismo, al igual que otras muchas cosas en la era de la posverdad, ya no es lo que era. Algunos dicen que murió de éxito. Puede ser. Después de vivir instalada en una suerte de clandestinidad periodística, sin apenas poder presentar unos pocos intelectuales sólidos que no permanecieran bajo la sombra del antisemitismo o el sumpremacismo blanco, la derecha no solo adquirió prestigio -gracias a un brillante y ahora comprensiblemente extrañado William F. Buckley-, sino que también logró obtener finalmente un público amplio. Grandes audiencias, legiones de oyentes, millones de lectores. Esto se tradujo en mucha influencia y, como consecuencia, mucho poder. Y el poder, como le advirtieron a Spiderman, conlleva una gran responsabilidad. Entonces comenzaron a ser polémicos, transgresores, políticamente incorrectos. Habían descubierto la fórmula mágica: ahí fuera existe una gran cantidad de gente, en su mayoría blanca, que no se siente representada en los medios de comunicación, en su mayoría progresistas.

Son personas que quieren que les digan "las cosas como son". Sin censuras ni complejos. Aunque esto les haga parecer radicales o intolerantes, ellos, los nuevos predicadores, se consideraban a sí mismos libres y valientes.

De ahí surgió el fenómeno radiofónico de Rush Limbaugh y su célebre programa. Otro de los responsables de esta operación fue Roger Ailes, fundador de Fox News, quien había preparado a Nixon para sus debates en la televisión y recientemente se vio obligado a abandonar la cadena tras ser acusado de acoso sexual. La cruzada contra la "dictadura de lo políticamente correcto", sin embargo, continúa sin él.

Mientras unos negaban la existencia del racismo en Estados Unidos durante la emisión del programa más visto de la televisión por cable (Bill O'Reilly), otros daban a conocer su particular visión sobre una posible evangelización en Oriente Medio, la cual consistía en "invadir sus países, matar a sus líderes y convertirlos al cristianismo" (Ann Coulter). Se difundieron, además, una serie de teorías conspirativas acerca del expresidente Obama (no es ciudadano, es musulmán, etc.) de cuya mujer, Michelle, se ha llegado a decir (¡y a creer!) que es un travesti, como refleja el revelador reportaje publicado por Stephanie McCrummen en el Washington Post un mes antes de la noche electoral. Despropósitos, por supuesto, pero manifestados, eso sí, con muchísima claridad.

Esto de la Alt-Right y Steve Bannon, promotor de la misma y asesor de Trump, no es más que la consecuencia de los mencionados excesos. Se ha llevado a cabo un peligroso proceso de normalización de lo inaudito. De ahí que todo sea alternativo, desde la derecha hasta los hechos. Que en la Conferencia de la Acción Política Conservadora (CPAC) de este año no encontremos a ningún intelectual entre los ponentes es tristemente significativo.

En el año 2010, George Will fue presentado en este evento por Cleta Mitchell, miembro del comité de la organización, de la siguiente manera: "Gracias por decirnos cómo pensar sobre las cosas y decir cosas que nosotros sabemos, aunque no sabemos las palabras para decirlas". Ahora no lo necesitan. Ni a él ni a sus palabras. Porque tienen gente que habla muy claro y a la que todos entienden perfectamente.