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Joaquín Rábago.

Corrección política y progresismo identitario

El rechazo por buena parte de la población trabajadora blanca de la corrección política y del llamado "progresismo identitario" es uno de los factores que contribuyeron a victoria en EE UU de un personaje tan poco apetitoso como Donald Trump Lo contaba en un excelente reportaje el semanario alemán "Der Spiegel": Cuando en algunos campus como el de Oberlin, en Ohio, apareció escrito con tiza "Trump 2016", hubo estudiantes que dijeron sentirse literalmente "traumatizados".

Y se organizaron manifestaciones para pedir lo que allí llaman "safe places", lugares seguros o abrigados, algo así como la placenta materna, donde no pudiera llegarles el nombre de ese "candidato fascista y racista". En esa universidad de uno de los Estados claves en las elecciones norteamericanas estalló una viva polémica el año pasado en torno a una conferencia de la filósofa conservadora Christina Hoff Sommers.

Parte del alumnado no estaba de acuerdo con que pudiera tomar allí la palabra porque sus opiniones contra los excesos feministas representaban "microagresiones" que podían ser causa de otros tantos traumas en muchas estudiantes. Al final la filósofa pudo hablar, pero los estudiantes contrarios a su presencia organizaron un "espacio seguro" donde, como contó un profesor, mientras aquella conferenciaba, se dedicaron a escuchar música "new age" y a acariciar ositos de peluche.

Se habla también en esas universidades liberales de "trigger warnings": advertencias que se lanzan en previsión de que una película, un texto, una obra de arte o lo que sea, pueda desencadenar en el espectador o lector una reacción traumática. El profesor de la Universidad de Columbia, Nueva York, Mark Lilla, escribió hace algún tiempo un artículo en el "New York Times" en el que denunciaba la histeria del liberalismo progresista ante temas como la raza, el sexo o la identidad sexual.

Según Lilla, la aspirante demócrata a la Casa Blanca, Hillary Clinton había cometido el error estratégico de dirigirse a los afroamericanos, la población de origen hispano, los homosexuales o las mujeres. Mientras Trump conseguía convencer con sus mentiras y salidas de tono a la clase trabajadora y al subproletariado blanco, lo único que parecía preocupar en la universidad de Oberlin era el menú.

Los estudiante asiáticos se quejaban de que en la mensa el "banh mi", un sándwich de origen vietnamita, no llevase los ingredientes que debía mientras que los afroamericanos denunciaban como imperialista cualquier variación de la receta original africana. La cosa llegó a extremos que uno de los profesores de ese centro llamado Roger Copeland, que llevaba cuarenta años enseñando allí teatro, decidió decir "basta".

Copeland confiesa no entender ya ese mundo: los estudiantes no quieren que se refieran a ellos como "él" o "ella" sino con un neutral "x" o con pronombres personales inventados pero que no denoten el sexo. En cierta ocasión, una de sus estudiantes, de origen asiático y lesbiana, abandonó un ensayo teatral que dirigía Copeland, quien fue convocado por el rector para exigirle explicaciones porque había "humillado" a la muchacha.

Hubo una investigación oficial de lo ocurrido, y el profesor tuvo que contratar el servicio de un abogado. Finalmente fue absuelto, pero la broma le costó miles de dólares.

Esto le ocurrió a un profesor que se considera un hombre de izquierdas y ha defendido siempre la libertad de expresión y los derechos de los más débiles. Pero ahora los estudiantes le tachan de reaccionario porque es incapaz de comprender la vulnerabilidad extrema de sus identidades sexuales o de otro tipo.

"La relación de mis estudiantes con el mundo está continuamente filtrada por el iPhone, por las redes sociales. Es una generación que ha perdido el contacto directo con la realidad", critica. Para el también profesor Marc Blecher, que enseña ciencias políticas, el color de la piel, el género, la orientación sexual y las microagresiones que pueden derivarse de todo ello han hecho olvidar a muchos algo que, sin embargo, ha sabido reconocer Donald Trump.

La mayoría de los norteamericanos siente rabia porque no llega a fin de mes, no pueden pagar muchas veces el alquiler y esto no parece, sin embargo, interesar a nadie. Y se quejan muchos de que progresistas y liberales solo parezcan preocuparse de que haya retretes exclusivos para transexuales, supuestamente traumatizados por tener que utilizar los reservados a hombres o mujeres.

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