Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Historias de la radio

El pasado lunes, 11 de febrero, se celebró en todo el mundo el Día de la Radio, una iniciativa española (somos uno de los países del mundo donde más se utiliza ese medio para informarse) que institucionalizó la Asamblea General de la Unesco hace cuatro años. La radio está presente en un 60% de hogares españoles y según los últimos estudios cada ciudadano dedica 103 minutos de su tiempo a escucharla. Tiempo, por otra parte, que no le impide en la mayoría de los casos seguir haciendo otras actividades domésticas, una compatibilidad que no permiten, por ejemplo, ni la televisión ni la prensa. Pero no siempre fue así.

Durante la dictadura de Primo de Rivera hubo un limitado ejercicio de pluralidad que se amplía considerablemente con el advenimiento de la República. Hasta que ese desarrollo se trunca brutalmente con el inicio de la Guerra Civil y después con la larga dictadura del general Franco. El 1 de enero de 1937 el general Millán Astray inaugura la Radio Nacional de España con una maquinaria regalada por la Alemania nazi y la convierte en un instrumento de propaganda de los alzados en armas. La guerra de las ondas acompaña durante tres años a las acciones militares y se hacen famosas en los dos bandos enfrentados las vesánicas charlas del general Queipo de Llano desde Sevilla ("Mañana tomaremos Utrera, vayan las mujeres preparando sus mantones de luto") y las arengas de la Pasionaria desde Madrid ("Esta será la tumba del fascismo"). Concluida la contienda, la España franquista es un páramo político en el que Radio Nacional tiene el monopolio de la información y todas las emisoras están obligadas a conectar con ella para retransmitir el "parte", previo toque de cornetín, una marcha militar del reinado de Carlos I, y los gritos de rigor exaltando a los caídos por Dios y por España, y la fidelidad al general Franco. Un ritual que duró hasta su muerte. Por lo que se refiere a la radio del exilio su audiencia era clandestina y limitada.

La llamada Radio España Independiente (la famosa Pirenaica) se emitía desde Bucarest y se sintonizaba con dificultad, y algo parecido ocurría con las emisiones en español de Radio París y ya no digamos de Radio Moscú. En el libro de Boris Cimorra sobre su padre Eusebio Cimorra (La voz que venía del frío) se recogen las vivencias de aquel periodista aristócrata que entregó su vida a la causa del internacionalismo proletario. Escribir sobre la radio es lo mismo que escribir sobre la propia vida sentimental. Gracias a la radio oímos, casi vimos, el fútbol de antes de la televisión, oímos, casi vimos, aquellos seriales primeros como Dos hombres buenos, y oímos, casi vimos, aquellos concursos que amenizaba Bobby Deglané en las cabalgatas del fin de semana, con Pepe Iglesias el Zorro contando las hilarantes desgracias que aquejaban al pobre Fernández. En las novelas radiofónicas nos resultaban familiares las voces de Matilde Vilariño, Matilde Conesa, Pedro Pablo Ayuso, o Teófilo Martínez, y en las retransmisiones deportivas, las de Matías Prats y Enrique Mariñas, que describían con precisión de perito agrimensor el lugar exacto que ocupaba en cada momento el balón de fútbol sobre la hierba. Hay mucho que agradecerle a la radio.

Compartir el artículo

stats