En el 28 Congreso del PSOE (mayo de 1979) Felipe González, que ya acumulaba todo el poder mediático y de imagen, puso su cargo en juego para forzar un giro del partido, y, tras ese pulso, el partido, sin líder alternativo, se entregó al liderismo. Desde ese momento el PSOE se convirtió en un aparato monolítico, engrasado para el acceso al poder, aunque dispuesto a usar la movilización de forma alternativa, como en la campaña frente al ingreso en la OTAN (1981). Pocos niegan hoy que la famosa "pasada por la izquierda" de los gobiernos de González haya sido beneficiosa para el interés general, pero no es esa la cuestión. La cuestión es que el liderismo, y no la ideología, es la cuestión. Siguiendo el exitoso manual de González, una vez ganada esta batalla Pablo Iglesias, tras ajustar cuentas, podrá ajustar su oferta a la demanda, con la meta puesta en la cúpula de las instituciones.