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Lo que la máscara esconde

El Entroido vigués es una fiesta cuya raíz no se extinguió ni en la oscura Edad Media. Bajo el control de la Inquisición local, instalada durante cuatro siglos en la actual rúa Cruz Verde, se soportó el período del "carnaval disfrazado" que intentaba ridiculizar al comendador, a los nobles, al clero e incluso la moral religiosa. En España la máscara cobró nuevos valores en el Renacimiento, cuando el camuflaje burlesco de la persona se contempla en la literatura y las artes populares. La era de Franco sufrió las tristezas del "carnaval secuestrado" durante muchos años. Lejos quedaba el prehistórico Entroido céltico, cuando la máscara conducía al hombre a su propio destino.

Esto me recuerda un carnaval reciente en el que la gente copiaba el rictus de la cara de un presidente de gobierno sobre sus máscaras y, poco a poco, con el paso del tiempo la muchedumbre se sintió enganchada con el personaje de sus caretas. Cuanto más le criticaban mayor homenaje le rendían los súbditos a su conducta de gobernante, que permitió carnaval todo el año, y más satisfacción sentía este ante el griterío de las sátiras. La inspiración grotesca de los disfraces tanto éxtasis provocó que llegó a votarle en mayoría, hasta tal punto que sus ciudadanos estaban convencidos de su libertad todos los días del año, sufriéndole. Las gentes se creían felices bajo el disfraz del eterno carnaval. Lo malo fue cuando los disfrazados se sintieron atrapados por el personaje que representaban y perdieron su libertad de crítica y protesta en el no-carnaval del día después. Como un precursor del surrealismo, el gobernante ya había recibido el sufragio de aquellas mayorías, convertidas por desesperación en enemigas de ellas mismas.

La máscara concede libertad, pero bajo la máscara los seres humanos creamos una ilusión ficticia sobre la otra máscara del verdadero yo y su caja negra. Es como un reencuentro frente al espejo ante el que se finge el gesto del dolor que en verdad se siente, como la risa de la que se carece. Entiendo que en el "carnaval recuperado" de la actual democracia ya no es necesario recurrir a la careta del carnaval para decir cuatro verdades. En los carnavales afloran sentimientos ocultos que proyectamos a través del disfraz, por eso dudo que bajo el máscara la crítica sea más eficaz, si no es para caricaturizarla graciosamente y sin miedos.

Poco supone al Poder aguantar cuatro días la transgresión con cánticos críticos de una comparsa de máscaras. El reproche, la opinión o la crítica abierta no necesita disfraz, porque la máscara puede apoderarse del enmascarado como en la pintura de El Bosco, poblado de máscaras y monstruos en aquel enigmático carnaval de la libertad. Hay que divertirse en el carnaval con el disfraz de la parte lúdica y dionisíaca, pero no disfracemos el encanto natural de hablar y criticar sin la máscara. ¡Viva el Entroido para celebrar la vida!

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