El ladrón que robó las joyas que lucieron algunas actrices en la última gala de los Goya creyó que eran baratijas. Aun así, el muy cuco se las llevó a su casa sin decir nada a nadie, pero ahora que ha sido descubierto por la policía confiesa arrepentido que sólo creía haberse llevado unas baratijas. Pobrecito, qué confusión más estúpida. La cosa no tendría gran importancia si no fuera porque esta visión infantiloide de las cosas se ha hecho habitual entre nosotros: "Uy, perdonadme, no he hecho nada malo, yo solo creía que eran baratijas".

Y eso mismo les está ocurriendo ahora a los fieles de Podemos que descubren atónitos que su partido -o lo que sea- no era lo que ellos siempre habían creído -ese destilado purísimo de honradez y bondad y superioridad moral que derribaría él solito todos los imperios de la codicia y la corrupción-, sino una inmensa agencia de colocación en la que todo el mundo se pega tortas al grito pequeño burgués de "¿Qué hay de lo mío?". ¿Qué fue de aquellas ideas milagrosas? ¿Qué fue de los globitos de color morado? ¿Y qué fue de la renta universal? ¿Y de los blindajes de todos los derechos sociales? ¿Y de traer de vuelta a España, en un periquete, alehop, a todos los exiliados económicos que habían tenido que buscarse la vida lejos de aquí? ¿Y qué fue de la plurinacionalidad y de la nación de naciones? Sí, decidme, amigos, ¿qué fue de todo aquello? ¿Qué fue de la gente? ¿Qué fue de la casta? ¿Y qué se hizo de las bellas damas de antaño?

Comprendo que creyeran en Podemos todas esas personas que lo habían perdido todo o casi todo durante la crisis y que no tenían a quién aferrarse en busca de una esperanza. Pero lo que siempre se me hizo incomprensible es que creyeran en la palabrería marxistoide de Podemos muchos jueces y profesores de Universidad, junto con muchos actores e intelectuales y empresarios que vivían muy bien y tenían unos sueldos envidiables. Y sí, es cierto que la cleptocracia del PP en el poder ponía las cosas muy fáciles a todos los que se decantaban por las falsas esperanzas, pero es que no había nada en el discurso de Podemos que se sostuviera sobre argumentos sólidos en un contexto mínimamente realista.

Sobre los problemas de la enseñanza o sobre la imprescindible reforma de las pensiones, o sobre la nueva realidad de la globalización, o sobre la contratación laboral o las exigencias de los nacionalistas, Podemos no ofrecía nada que fuese realmente factible o nuevo o inteligente. En lugar de eso, Podemos ofrecía retórica cursilona -o agresiva-, junto con un montón de falacias lógicas, eso que Gabriel Ferrater llamaba los non sequitur, es decir, las conclusiones que no se deducen de las premisas cuando establecemos un argumento lógico. Podemos decía que la corrupción y la crisis habían sido causadas por "el régimen del 78", y bastaba cambiar ese régimen, sustituyéndolo por ejemplo por una hipotética República Plurinacional de los Pueblos Soberanos de España -o una Unión de Repúblicas Socialistas Hispánicas-, para que todo mejorara por arte de magia: los salarios, las pensiones, las contrataciones laborales, el regreso de los emigrantes, la enseñanza, la sanidad, la insobornable virtud de los políticos, en una palabra, todo. Nadie explicaba con qué medidas ni con qué medios económicos se lograría todo eso, pero daba igual. El non sequitur había funcionado a la perfección: cambiemos de régimen y por arte de magia todo mejorará y dentro de nada todos volveremos a atar los perros con longanizas, como pasaba en los mejores tiempos anteriores a la crisis. Puro pensamiento mágico.

Y ahora resulta que quienes iban a traernos la felicidad universal y el amor universal son una especie de banda de rockeros que han compartido novias y poder y aduladores y que ahora, cuando tienen el ego por las nubes, terminan enzarzados en el inevitable choque de egos que acabó con los Beatles en el verano de 1969. En Podemos hasta tienen, por lo que se dice, su propia Yoko Ono que maneja al pobre Lennon a su antojo, aunque en realidad todo se parece más al modelo de la Lady Macbeth (o la Elena Ceaucescu) que controla la camarilla interna y dictamina la política secreta del Gran Líder. Quien conozca un poco la historia de los movimientos comunistas sabe que las historias siempre acaban igual, y que basta leer la monumental biografía de Stalin que escribió Simon Sebag Montefiore para saber cómo iban a ocurrir las cosas. Pero en España somos todos más ingenuos, o más crédulos, y al final siempre acabamos confundiendo las joyas con las baratijas. Pobres de nosotros.