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Juan José Millás.

Prehistoria

Nada muere tanto que no pueda resucitar. Durante muchos años creímos que la realidad estaba prácticamente terminada y que además nos había salido bien, una realidad de corte y confección, diríamos, nada de prêt-à-porter o platos precocinados, no, todo a medida o recién salido del horno. Recuerden que por entones se acuñó el término "mileurista" para dar nombre a los desfavorecidos del sistema cuando ahora mismo mil euros son un salario alto. Quedaban retoques, cómo no. Siempre hay que ajustar un poco los bajos del vestido, o las mangas, o añadir un sofrito casero al caldo de pollo industrial. Y en eso estábamos, en los retoques, cuando de súbito, la pobreza y la desigualdad estallaron como una tormenta en medio de la tarde de un verano feliz.

-Que no cunda el pánico -decía el entonces presidente Zapatero-, no es más que una desaceleración.

Todo estaba en orden, pero de momento había que levantar la manta sobre la que habíamos colocado la merienda campestre y huir hacia los coches protegiéndonos de la lluvia con el periódico destinado a encender la barbacoa. Y ahí seguimos, dentro del coche, esperando que pase una tormenta de verano que no era una tormenta de verano, sino una reedición de nuestros peores fantasmas. Acababan de resucitar de golpe la posguerra, los años de la emigración, las colas frente a las oficinas del paro, los enfermos crónicos sin asistencia, la universidad para ricos, la justicia para ricos. Volvían los cirios domésticos para los cortes de la luz, el frío, las estufas de butano, los braseros de leña o de carbón, los desahucios, los plazos impagados del robot de cocina, las muertes, los catarros? Volvía el moco endémico a las narices de los niños.

Por fortuna no volvía, aún no, la inflación, que se comía el poder adquisitivo de los sueldos como la termita deglute la madera. Pero empezaban, empiezan ya, las nuevas amenazas. Nada muere tanto que no sea capaz de resucitar. La inflación, sin ir más lejos, que debilita la pensión de los jubilados, ya empieza a asomar su mano por las rendijas de la tumba. Y hasta la prehistoria se aprecia en los rostros de los refugiados que aguardan, hambrientos, a las puertas de Europa.

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