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RITOS DE PASO

Se puede mejorar

Un paisano le recordaba a otro sus orígenes. El otro no le oía apenas porque estaba interfecto en la bonanza económica de la pescadería colindante con su negocio de frutos secos. Porque interfecto es sinónimo de inmerso cuando de negocios de venta al público se habla. Aun así, erre que erre, el paisano insistía en los orígenes del otro.

Eso mismo les ocurre a Errejón, Iglesias, Cospedal y hasta a Trump: son interfectos, y qué cada cual elija la acepción más conveniente del diccionario de la RAE. Porque todo es objeto de empeorar y, aunque muchos opinen que las tempestades acaban este fin de semana en sendos congresos, los del PP y Podemos, la fiesta no ha hecho más que empezar. La fiesta que alimenta sin cesar la máquina de picar carne de la información que quiere ser pública y rebasa con dificultad el listón de publicada. Por eso mismo el paisano insistía ahora con las audiencias. "¿Pero cuánta gente crees tú que ve la tele?" El otro, el interfecto, seguía en sus cábalas, "si entra más gente a comprar pescado, yo venderé más avellanas y puede que también nueces" se decía. Quizás la cuestión no es de cantidades sino de modales: cómo ven la tele los que la ven y qué es lo que ven. Desde todas las cadenas se utilizan tonos apocalípticos, se dice que para enganchar más a los telespectadores, háblese del pan, de los presupuestos del estado, de la recogida de basuras o de las miserias del famoseo. Da igual, todo es tremendo, como en los programas radiofónicos de aquel periodista deportivo que amenazaba cada noche con el fin de la Historia por culpa de un pequeño soborno en un partido de tercera regional. El otro, el interfecto, no tiene ni idea de audiencias televisivas, está como el pastor del anuncio, en el monte, aislado, cuando le visitaba un poderoso todoterreno japonés. "¿Y Franco qué dice de eso?" parece pensar.

Había un loco peripatético en Santiago, años ha, que en sus permisos del psiquiátrico aprovechaba para pintar extraños panfletos en las paredes los cuales firmaba como "Franco del carro". También pedía dinero que le servía para darse una fiesta en un restaurante argentino. El domingo por la tarde, cuando nos atiborren de balances, análisis y declaraciones, me acordaré de "Franco del carro" y sus pintadas surrealistas. Y del holandés errante, amigo de Javier Juste, que conocía la catedral compostelana como nadie. Y es que siempre se puede mejorar.

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