"El fútbol solo pasa a interesarme cuando me siento en la butaca, escucho el silbato del árbitro y empieza a pasar lo realmente importante". Lo dijo Dusio, un viejo presidente de la Juventus que hace más de setenta años ya renegaba de todo lo que este deporte tiene de artificioso e interesado. Vio pronto este buen hombre -mucho antes de que dejásemos de relacionar chiringuito con los pequeños placeres de la vida-, que al fútbol le sobraba entorno y le faltaban decencia y sentido común. Pocas veces lo viviremos de un modo tan evidente como este ridículo y esperpéntico fin de semana en el que un equipo modesto como el Celta fue capaz de organizar un complot para regalar la Liga al Madrid y unas horas después urdir un plan siniestro en colaboración con el alcalde con la única intención de inventarse un temporal para perjudicar los intereses del equipo de Zidane. De verdad que no le imaginaba semejante capacidad a su estructura. Mis felicitaciones al señor Mouriño.

El Celta ha sido la víctima de ese ombliguismo -epidemia descontrolada que solo se cura apagando ciertos canales de televisión- que hace creer al Real Madrid y al Barcelona que todo lo que ocurre en el planeta tiene relación con ellos y que el comportamiento del resto de los mortales tiene que ir siempre en función de sus intereses. Total, a quién le importa lo que piensen o les pase a esos pobres desarrapados que son incapaces de vender una mala camiseta en el mercado chino.

Todo comenzó el viernes. Ese día el Celta era un equipo responsable en Madrid y un lamentable esbirro de Florentino a ojos del barcelonismo. Se le había ocurrido al irresponsable Berizzo la peregrina idea de dar descanso a sus principales jugadores pensando en la Copa del Rey. La mente perversa de algunos se imaginaron a Cristiano correteando por Balaídos mientras los defensas vigueses le lanzaban pétalos de rosas y celebraban con él sus goles. Humillante para unos; lógico para otros. "Complot para darle la Liga al Madrid" llegaron a decir algunas lumbreras que seguramente unos días antes habían hecho la croqueta tras el gol de Wass a Casilla.

Pero llegó el sábado y todo cambió. De repente el temporal que ha matado a un hombre en Galicia, abre los telediarios, doblado torres eléctricas, levantado tejados, roto diques o hundido algún barco, era una simple brisilla marina cuya importancia había multiplicado el Celta con ayuda de Abel Caballero. Fue suspender el Concello el partido tras comprobar el evidente riesgo para los espectadores -y también para el cutis de Cristiano Ronaldo- y se puso en marcha esa demoledora maquinaria desde Madrid -en la que hubo honrosas excepciones- para tratar de evitar la suspensión del partido. No faltaron propagandistas que dudaron de todo lo que les llegaba desde Vigo, ciegos que no veían riesgo en que una chapa se soltase desde lo alto de Río, irresponsables que no daban importancia al informe de unos técnicos, cretinos que reclamaban que un operario subiese a treinta metros de altura y se enfrentasen a las rachas de viento para sujetar las planchas que corren riesgo de desprenderse. Lo decían con ese convencimiento y seguridad que les daba el windgurú abierto a 600 kilómetros de Vigo y con la calefacción puesta a 22 graditos. "Pues mañana va a estar un día cojonudo en Vigo" les faltó decir. Llovieron aún así las presiones de todo tipo y la búsqueda de una solución imposible que al final escondía esa prepotencia de pensar que el partido iba a ser un paseo militar para el Real Madrid. Había que jugar a toda costa. Lo quería el equipo blanco y también la Liga que aprieta el calendario al máximo y para la que cualquier pequeño contratiempo se convierte en una tragedia. Y el Celta se convirtió de repente en un pirata despiadado, manipulador y torticero, que no tenía otra intención que la de descansar para la Copa del Rey y ganarle luego al Real Madrid. Como si el destino fuese tan fácil de predecir o planear.

Pobres miserables que creen que un partido de fútbol o cumplir con un calendario es más importante que la vida o la seguridad de la gente. No habrá temporal que os devuelva el alma.