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De vuelta y media

Cuando el pan de Manuel Vilela conquistó París

La Estrella de Viena hizo historia en 1928 con un premio internacional logrado entre 800 industriales europeos

La saga de los Vilela hizo historia y tocó el cielo, que fue casi lo mismo que conquistar París, cuando Manuel Vilela Pereira obtuvo el primer premio y la Cruz de Honor en el III Salón de Panadería y Pastelería de París en 1928. Nunca un artesano pontevedrés había obtenido una distinción semejante.

Unos ochocientos industriales ingleses, alemanes, italianos, belgas, franceses y españoles participaron en aquella gran exposición internacional. Panaderos, reposteros y confiteros presentaron sus mejores creaciones y sus productos más refinados en aquel gigantesco escaparate donde unos y otros buscaron su gran espaldarazo de proyección europea.

A la parte meramente expositiva, de exhibición y muestra, se unió otra sección competitiva en donde se puso a prueba la factura y la calidad de las piezas presentadas. Ahí fue donde el industrial pontevedrés obtuvo un gran triunfo, que reconoció el buen hacer de La Estrella de Viena.

Para llegar hasta París y lograr tamaño éxito, tuvo que recorrer un largo camino, no solo geográfico sino también profesional, que exigió un trabajo en la fábrica de sol a sol.

Manuel aprendió el oficio de panadero desde niño y se llenó de harina en La Espiga de Oro. Aquella fue la primera fábrica de la saga de los Vilela en Pontevedra, que su padre Gabriel Vilela Moreira levantó en la calle Joaquín Costa, a las puertas del barrio de A Eiriña en 1902. En cuanto se sintió preparado, Manuel comenzó a trabajar por su cuenta y riesgo.

El 5 de agosto de 1919 resultó una fecha decisiva en su trayectoria empresarial. Aquel día afortunado, una corporación municipal presidida por Francisco Javier Vieira Durán concedió a Manuel Vilela Pereira no una autorización sino dos a un tiempo para montar los quioscos callejeros que había solicitado al Ayuntamiento con destino a la venta de pan.

La elección del lugar resultó más que acertada y contribuyó mucho a su buena marcha. Tanto la plaza de España, delante del Ayuntamiento, como el final de la calle Real, frente al mercado cubierto, eran sitios muy transitados por los pontevedreses. Además sus entornos respectivos también estaban muy poblados y pronto se hicieron con una nutrida clientela.

Al año siguiente no tuvo la misma suerte con la solicitud de un tercer quiosco en la plaza de San José, lugar igualmente estratégico del entramado urbano pontevedrés. Una corporación recién llegada, con Marcelino Candendo Paz como alcalde, no satisfizo su petición por dos motivos; discutible el primer, pero inapelable el segundo.

La doble negativa se sustentó en que el diseño del quiosco pareció "antiestético" pero, sobre todo, en que la ubicación propuesta dificultaba mucho el tránsito de vehículos, sobre todo del tranvía de vapor a Marín.

El gran salto de Manuel Vilela Pereira como reputado industrial panadero se produjo a partir de 1924, cuando encargó al arquitecto Emilio Salgado el proyecto de una fábrica de pan en una finca de la carretera de Vigo.

El proyecto era doble, puesto que contemplaba una parte principal con vivienda familiar arriba y almacén de carga y descarga abajo, y otra parte secundaria formada por un pabellón en el interior de la finca, donde estaba el horno de leña.

El propio Salgado Urtiaga, que ejercía a la vez como arquitecto municipal, se encargó de dirigir las obras entre 1925 y 1929. Primero se hizo el pabellón y luego se construyó la casa-fábrica. Ambas cosas se conservan hoy tras sufrir las reformas necesarias: una librería ocupa ahora el bajo de la vivienda, cuya fachada respeta todavía el diseño original, y un escudo labrado en piedra que recuerda el premio internacional luce en la entrada de la panadería actual.

La Estrella de Viena fabricó toda clase de panes, tanto corriente, como de lujo, y se convirtió desde 1926 en el único concesionario en Pontevedra del "finísimo e higiénico" pan San Isidro, elaborado con harinas de trigo especialmente seleccionadas.

Entonces Manuel Vilela Pereira contaba en la ciudad con cinco puntos de venta en Peregrina, Plaza de Abastos, La Palma, Campo de San Roque y plaza del Ayuntamiento, además de la fábrica central en Peregrina 91, todavía no bautizada como Avenida de Vigo. Y disponía igualmente de una sucursal en Montero Ríos 13 de Marín.

Durante las fiestas de la Peregrina de 1927 se anunció La Estrella de Viena a bombo y platillo en la prensa local. Una gran fotografía (algo totalmente inusual) mostraba el interior de la fábrica "de mayor capacidad productiva de la ciudad". Igualmente presumía de contar con "todos los adelantos más modernos" para elaborar con "rigurosa pulcritud" su pan especial: "extra familiar", "francés", "corrosco" y el mentado San Isidro.

Tras el éxito alcanzado en la capital francesa, Manuel Vilela Pereira reseñó siempre su premio internacional en la publicidad de su negocio. Aquel mismo año se hizo con el suministro del pan al Hospital, contrata del Ayuntamiento que reportaba unas 1.800 pesetas mensuales, que no eran moco de pavo.

Un sábado del mes de febrero de 1930, un nutrido grupo de alumnos de la Escuela Nueva, el colegio más reputado de esta ciudad que dirigía Hernán Poza Juncal, realizaron dos visitas inolvidables: primero a la fábrica de chocolate La Peregrina, y luego a la fábrica de pan La Estrella de Viena.

Don Leoncio Pérez obsequió a los escolares con sus estupendas pastillas de chocolate, pero don Manuel Vilela no se quedó atrás y sirvió una opípara merienda a sus visitantes, quienes también disfrutaron mucho con sus juegos en el jardín de la fábrica.

Como su prestigio social fue cada vez mayor, tampoco pudo negarse en 1930 a formar parte de la nueva directiva de la Sociedad Patronal de Pontevedra, que presidió su amigo Joaquín Poza Cobas.

La imparable expansión de La Estrella de Viena siguió en los años sucesivos. Una ampliación de la fábrica se acometió en 1932 con la construcción de otro horno y un añadido a la vivienda con terraza en la parte trasera. Y en 1935 el Ayuntamiento autorizó la construcción de otro horno más.

El cruento estallido de la Guerra Civil cogió a Manuel Vilela Pereira disfrutando de unas merecidas vacaciones lejos de Pontevedra y no pudo o no quiso volver. La fábrica siguió funcionando gracias a su fiel personal, con Rogelio Acuña Acuña a la cabeza. Así empezó a ensoñar don Rogelio el entramado panadero de la saga de los Acuña que levantó después.

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