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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Como en casa, en ningún sitio

El gobierno catalán quiere irse de España cuanto antes, el Reino Unido adelanta también su marcha de Europa y Donald Trump acelera los pasos para encerrar a Estados Unidos en sus propias fronteras. Vivimos tiempos de gente ensimismada.

No es que los pueblos y las naciones vayan a cambiar de sitio, naturalmente. Aunque Cataluña llegara a independizarse, por ejemplo, su territorio seguiría formando parte de la Península Ibérica, salvo improbables movimientos tectónicos de última hora.

Tampoco el Reino Unido, aun siendo una isla (o dos, si contamos a Irlanda del Norte) dejará de pertenecer a Europa, por más que abandone la Unión Europea. Y los Estados Unidos continuarán en Norteamérica, aunque su nuevo presidente culmine su propósito de separarlos política y comercialmente del resto del mundo. Sorprende, a lo sumo, que dos naciones que llevan el adjetivo "unido" en su denominación de origen muestren tan decidida vocación por desunirse de otras. Paradojas de la globalización.

Más que irse, lo que todos quieren en realidad es quedarse en su propia casa con las puertas cerradas, no vaya a ser que entre el frío. La apertura de fronteras y la mundialización de los mercados han metido el susto en el cuerpo a mucha gente. Hay quien le tiene miedo a los inmigrantes, en la creencia de que van a quitarle el puesto de trabajo; y quienes -como Trump- temen que China o México les roben las pocas fábricas que aún no les han levantado.

Otros, como los nacionalistas de Cataluña, Flandes o Escocia, consideran que sus países vivirían mucho mejor por su cuenta, sin tener que compartir la riqueza con territorios más necesitados que el suyo.

No es precisamente una actitud solidaria como la que, un suponer, mantiene la próspera Alemania con los Estados pobres de la UE; pero tampoco se trata de exigir generosidades ajenas. Y quizá fuese inútil recordarles a los ensimismados que el bien general acaba por redundar en negocio para todos, como sugirió hace ya un par de siglos el escocés Adam Smith. Un liberal al que los nuevos nacionalistas que hoy pululan desde USA al Reino Unido calificarían muy probablemente de peligroso revolucionario.

Como todo movimiento reaccionario, el populismo nacionalista que triunfa en el planeta es una reacción más emotiva que racional frente a un nuevo orden económico y tecnológico que sus líderes no entienden.

No les entra en la cabeza que internet haya reducido el mundo al tamaño de un pañuelo, poniendo al alcance del consumidor cualquier producto con independencia del lugar en el que se fabrique. Y menos aún que no sean los inmigrantes, sino los robots, los que más pronto que tarde acaben por sustituir a la mano de obra poco cualificada.

Donde otros ven nuevas oportunidades, ellos no consiguen atisbar otra cosa que amenazas para un sistema de producción que quizá esté llegando a su fin. De ahí el empeño un tanto ingenuo que ponen en volver al viejo Estado nacional del siglo XIX, encerrándose en casa frente a las asechanzas del exterior.

Recuerdan un poco a aquel agonizante del chiste a quien un cura consolaba con la frase: "Confórtate, hijo mío, que pronto estarás con Dios en el Paraíso". "Sí, padre", le respondió el moribundo. "Pero como en casa no se está en ningún sitio". A juzgar por el éxito de los nuevos nacionalistas, mucha gente parece pensar lo mismo.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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