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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Los tozudos

A estas alturas, y después de más de quince años hablando e incluso cruzando anteproyectos, solo parece clara una cosa: que el Área Metropolitana de Vigo está cerca de otro intento fallido. Y eso que la entidad, y así se dijo, sería clave para mejorar los servicios de catorce concellos y por tanto las condiciones de vida de casi medio millón de gallegos. Aparte, claro, de modernizar la estructura territorial del país.

Encallada de nuevo por la tozudez de unos cuantos políticos que miran más por sus intereses que por los de la comunidad, ahora esa figura, sobre todo administrativa, está pendiente de la decisión de un juez de lo Contencioso para saber si sigue adelante o ha de volver a empezar su proceso. La petición para que se declaren nulos todos sus actos y decisiones es del PP y rechazada por el PSOE, auque por boca de Abel Caballero esté dicho que aceptaría la resolución judicial que se produjese.

Ninguno de los argumentos que ambos aportan carece de sentido -aunque unos lo tienen más que otros, como casi siempre en los pleitos-, pero el problema actual, que nace de un desacuerdo en la primera de las sesiones tiene el peso necesario para que peligre el Area Metropolitana. O, por mejor decir, ninguno de ellos -de los desacuerdos- debería tenerlo, de no ser por la pugna, que ya no es ni secreta ni discreta, entre el alcalde olívico y la rectoral de la Xunta. Porque ninguno de los actores quiere que el otro se lleve el protagonismo ni el mérito de algo que saben es clave para Vigo y también, como pionero, para Galicia.

Ese nudo gordiano -que parecían dispuestos a cortar tanto el presidente y vicepresidente del Ejecutivo autonómico como el regidor municipal- quizá conscientes de que el público, que no es idiota, hace tiempo que se dió cuenta del quid de la cuestión-, se mantiene incólume. Y es otro dato significativo, seguramente, de la raíz principal de los males profundos que aquejan al sur de Galicia.

Naturalmente como opinión personal, y por tanto del todo compatible o no, parece obvio que ese mal estriba casi desde el nacimiento de la democracia gallega moderna, en la enorme diferencia que ha existido entre el mediocre nivel general de su clase política y la gran dinamicidad de una urbe y un entorno como el de Vigo.

Con todo respeto para las personas, la capacidad de influencia de dirigentes -y opositores- no ha estado a la altura, no ya de otras ciudades, sino de la que se merece ésta. Y es llegada la hora de los que que sí podrían darle la vuelta a esa injusta situación, lo hagan: solo les falta humildad para aceptar los fallos y voluntad colectiva para arreglarlos.

¿O no?

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