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Comíamos un grupo de diez o doce amigos un arroz dominical con pollo, cuando saltó a la conversación el tema de la banca. Al tema de la banca no es preciso convocarlo al contrario, por ejemplo, del de Schopenhauer, porque está presente allá donde vayas, como el cólera en los tiempos del cólera. Significa que al que no le habían colocado unas preferentes le habían vendido, sin avisarle de los riesgos, un producto estructurado. ¿Quién se niega a adquirir un producto estructurado en un mundo disfuncional? A otro le habían incluido una cláusula suelo en el contrato de la hipoteca y a uno más le habían aconsejado comprar acciones del banco 48 horas antes de que, casualmente, bajaran.

-Se trata de un valor refugio -le aseguraron al oído.

Dejamos fuera, por quejicas, aquellos a quienes el cajero automático, al ir a sacar dinero, les había atracado con una comisión loca.

En esto, uno de los comensales, echó mano de su móvil, entró en internet y buscó unas declaraciones recientes de un tal Jorge Oliu, que, según nos informó, era el presidente del Sabadell, ese banco con tanta publicidad productora de un buen rollo que apesta. Pues bien, el señor Oliu, en una rueda de prensa, había dicho que la picaresca del Lazarillo de Tormes había llegado a todos los estamentos. Nos reímos de su cinismo, pensando que se refería a la actividad bancaria en general. Pero no. Resulta que una vez contextuada la frase, aludía a quienes pretendían recuperar el dinero de las cláusulas suelo, de las que todo el mundo (suponemos que también el señor Oliu) sabe ya que constituyen un robo. Llámenlo fraude, para ser más delicados.

Ignoramos qué dicen las encuestas, pero estamos seguros de que la banca es, si no la más desprestigiada de las instituciones con las que no tenemos otra que relacionarnos, una de las primeras. La banca, a la que no dejamos de rescatar con nuestros impuestos, da miedo. Entra uno en la sucursal de su barrio con las manos en alto y se echa a temblar cuando el comercial le llama para ofrecerle una bicoca. Pero añadir a ese curriculum el de la caradura de llamar pícaro al que, tras haber sido estafado, intenta recuperar su patrimonio, supera todos los límites. Pues bien, ahí tienen a don Jorge Oliu, con un par.

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