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Docencia

Eliminar los exámenes para mejorar la Educación

Entre los especialistas de la educación hoy nadie discute que es muy urgente la renovación pedagógica de la enseñanza, de la escuela y de los centros educativos de todos los niveles, incluida la Universidad. Cambiar el modelo educativo del actual sistema es una tarea que no debe demorarse. Lo que no es nada fácil, porque nunca como ahora, debido a las infames corrientes neoliberales que quieren privatizar la enseñanza y eliminar la escuela pública (lo mismo que sucede, por desgracia, con la sanidad), se ha llevado la educación a una crítica situación. Por esta razón, muchos de los problemas que la escuela y la educación están a sufrir en los últimos tiempos, la mayoría con origen en EUA, se está a crear un caldo de cultivo que para nada favorece la positiva renovación pedagógica de la enseñanza. Ejemplos tenemos en abundancia: la polémica sobre los deberes, la no valoración del trabajo de los docentes, el planteamiento de infinidad de exámenes, de pruebas y de reválidas, casi a diario, la provocación "interesada" de un enfrentamiento artificial de las familias con los docentes, que jamás beneficia la educación de nuestros escolares, y, ya no digamos, la llamada "Ley Wert", con la que casi nadie está de acuerdo y, además no fue consensuada entre la comunidad educativa. Otro de los problemas de la educación, además de que, infelizmente, no tengamos un pacto educativo, como el que, por ejemplo, tiene Finlandia, es tener unos dirigentes en las instituciones educativas (ministerio y consejerías correspondientes), que poco o nada saben de educación, lo que por desgracia repercute muy negativamente, pero también que son muchos los que polemizan sobre un tema tan importante como es la educación de nuestros niños y jóvenes, sin tener la más mínima idea de lo que supone educar, siendo muchos los ciudadanos que, equivocadamente, se fían de opiniones tan negativas.

A los padres, y también a muchos profesores, hay que hacerles saber y reflexionar que la propuesta de los últimos tiempos de que cada dos años los escolares tienen que realizar reválidas no es algo baladí. Tal propuesta obedece a un modelo que hace más de 30 años se fundó en los EUA, donde el negocio de los que elaboran las pruebas es enorme. De allí viene este "interés" nada pedagógico, sino pecuniario, para que lo establezcamos en nuestro país. Los escolares no importan, ni su auténtica educación, solo interesa el dinero. Cuando todos sabemos que nadie mejor que los docentes para poder evaluar a sus alumnos, con los que están a diario. Y no unas pruebas elaboradas desde fuera por seres "anónimos", que a lo mejor nunca pisaron un aula, ni conocen la psicología y necesidades reales de los escolares, que si conocen la mayoría de sus maestros y profesores. Debe quedar claro que la renovación pedagógica de la enseñanza solo es posible si eliminamos los funestos exámenes tradicionales y memorísticos. Pues, un sistema de evaluación racional tiene como misión servir a los estudiantes, más que a los docentes. La evaluación no puede ser una barrera para ver quién es capaz de superarla, sino un modo de hacer consciente el avance, para saber cuándo se llegó a un nivel y sentir así la seguridad y la satisfacción de continuar para adelante. Por eso, la autoevaluación es absolutamente necesaria, en los niveles educativos en los que se pueda usar. Es indispensable que el estudiante sea siempre objetivamente consciente de su progreso. Cuando el objetivo real es enseñar, la idea del examen es tan absurda, que incluso parece mentira que se le haya ocurrido a alguien. El examen es el producto de considerar la escuela primaria y secundaria, y la universidad, como expendedoras de títulos. Algo así como las etiquetas para los bultos, donde los bultos son los estudiantes y las etiquetas los títulos y diplomas.

Como ya hemos dicho anteriormente, infelizmente, cada día cogen más importancia los exámenes en nuestro sistema educativo. Y en la Universidad el tema termina por ser enfermizo. La mayoría de los universitarios estudian para el éxito en los exámenes. No para aprender y luego ser buenos profesionales en los diferentes contextos donde realicen en el futuro su trabajo. Sabiendo resolver acertadamente los dilemas del día a día, de forma creativa y positiva. Casi nos atrevemos a afirmar que la Universidad actual está montada esencialmente en los exámenes. Que, en la mayoría de los casos, sirven de chantaje a los discentes por parte de los docentes. Cuando hablamos de exámenes nos estamos refiriendo a los de tipo memorístico y repetitivo, que consideran a los alumnos como magnetófonos, cotorras, loros o papagayos. No nos referimos a otras pruebas de aplicación práctica, creativas, que siguen el modelo del aprendizaje significativo.

Parece ser que los inventores de los exámenes fueron los chinos, para comprobar el grado de memoria de los aspirantes a mandarines, que tenían que conocer muchos gráficos de su complejo idioma. En el idioma chino cada símbolo es una palabra y para recordarlo hay que tener una buena memoria visual. Nadie discute que el examen es un sistema para evaluar a los estudiantes. Pero es el peor de todos los que existen, y, desde el punto de vista didáctico, es el más antipedagógico sin duda alguna. Cuando hablamos de exámenes, nos viene a la memoria el movimiento pedagógico más importante que existió en Europa, la Institución Libre de Enseñanza (ILE), creada por Francisco Giner de los Ríos y sus colaboradores en 1876. Funcionó hasta 1936, año infame del golpe de estado fascista. Además de no permitir el uso de libros de texto, por considerarlos funestos, en el segundo artículo de sus estatutos figuraba de forma taxativa que los exámenes estaban totalmente prohibidos en sus aulas y escuelas. Sin los terribles exámenes, y gracias a la ILE de Giner y de su seguidor Manuel Bartolomé Cossío (el mayor pedagogo que tuvimos los españoles a lo largo de la historia), los ciudadanos de nuestro país tuvimos personalidades tan destacadas como los cuatro premios Nobel de Literatura José Echegaray, Jacinto Benavente, Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre. Y los de medicina y ciencias Ramón y Cajal y Severo Ochoa. Y además toda la Generación literaria de 1927, compuesta, entre otros, por García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Gerardo Diego y los hermanos Antonio y Manuel Machado. A los que tenemos que agregar el excelente cineasta Luis Buñuel, el pintor Salvador Dalí, el pedagogo Lorenzo Luzuriaga y los filósofos Concepción Arenal, Ortega y Gasset, García Morente y el gallego Johan Vicente Biqueira, junto con el también gallego, biólogo y cineasta Carlos Velo.

Giner de los Ríos, extraordinario pedagogo, le tenía a los exámenes un odio eterno, y con mucha razón. Los consideraba funestos para lograr una buena educación y enseñanza, para educar y para lograr personas con valores éticos, con dignidad y con integridad. Por ello, entre otras de sus opiniones, llegó a decir: "los exámenes son una práctica malhadada". Entre sus escritos son muy interesantes sus artículos, y entre ellos, "O educación, o exámenes", publicado en el tomo 10 de sus Obras Completas. También "Más contra los exámenes", que vio la luz en 1882 en la revista BILE. Muy revelador es cuando señala: "La supresión del examen representa el más profundo cambio de orientación en la enseñanza y en la escuela" ¡Cuánta razón tenía Giner! Los docentes de todos los niveles educativos deberían darse cuenta de que existen otros muchos y mejores modelos para evaluar a sus alumnos y alumnas. Incluida la observación directa, espontánea o estructurada. Como Giner y Cossío no hacían exámenes de tipo memorístico, en su día eran criticados. Los críticos les decían que los alumnos de la ILE, cuando tuviesen que realizar los exámenes para el ingreso en la Universidad, fracasarían de forma ineluctable. Sin embargo, sucedía todo lo contrario, pues las mejores calificaciones siempre eran para los estudiantes que procedían de la ILE. Entre ellos todos los literatos, científicos, cineastas y Premios Nobel citados anteriormente.

Si los exámenes son racionales, si hacen reflexionar al alumno, si son para aplicar la teoría a la práctica y a la realidad (que eso es lo que ahora se denomina aprendizaje significativo), si sirven para que los estudiantes puedan autoevaluarse y conocer sus progresos en el aprendizaje, entonces y solo entonces, pueden ser un buen método para evaluar. Este tipo de exámenes, entendidos más como ejercicios prácticos y actividades educativas, existían en la ILE, como resolución de problemas matemáticos, de geología, física y química, basados en la realidad y en el entorno, no abstractos sino concretos. Ejercicios que todos los días también se hacían en las clases del grande pedagogo francés Celestin Freinet. El que tampoco hacía exámenes memorísticos tradicionales, pero sí a diario sus alumnos redactaban textos libres creativos y dibujos libres, además de realizar cálculo vivo con objetos y elementos de su entorno vital. Porque la física y la química están en el entorno y en la vida. ¡Cuánta química se hace en nuestras cocinas a diario en las horas de las comidas!

Infelizmente, en la educación y en la enseñanza, en vez de mejorar, cada día va a peor, por causas la mayor parte de las veces ajenas a los docentes y es muy importante tener las cosas claras. En primer lugar, un buen docente es aquel que ama lo que enseña, que disfruta transmitiendo su saber a los estudiantes. En segundo lugar, es básico que el alumno tenga sed por aprender. Y, si no la tiene, hay que creársela, utilizando todas las estrategias posibles para fomentar la curiosidad. Se pierde el tiempo enseñando, si previamente no tenemos creado esto en los alumnos. Luego, no se puede abusar de los exámenes, y hay que utilizar sistemas variados para evaluar. Que los hay, y muchos. El gran problema que tenemos es que los exámenes, que son un medio didáctico, han terminado por ser un fin. Como últimamente acontece en nuestras universidades, las que han dejado de ser las "Universitas", como eran cuando fueron creadas. Ahora se suspenden un tiempo las clases para que los alumnos preparen los exámenes (muchos sobre apuntes que venden en las fotocopiadoras). Y estos están programados de forma rígida en día, hora y aula, llueva, nieva o truene. Antes se programaban de común acuerdo entre los estudiantes y los profesores. Se sacralizaron los exámenes, sin pensar que los estudiantes deben estudiar, no para el examen, si no para tener un alto nivel cultural y ser después buenos profesionales en sus variados trabajos. Sabiendo resolver sus dilemas cotidianos, allí donde quiera que se encuentren desarrollando su oficio.

Sin la supresión de los exámenes tradicionales y memorísticos es imposible lograr un cambio positivo de la educación. Pero tampoco, si no logramos un pacto educativo de Estado entre todos los agentes. Si no creamos un nuevo plan de formación inicial y en ejercicio de los docentes de los distintos niveles, similar al de nuestra República. Si no promulgamos una Ley Educativa consensuada entre todos y la andamos cambiando constantemente por los gobiernos de turno. Si no creamos escuelas para madres y padres. Si no apoyamos a los docentes en vez de criticarlos injustamente a diario. Y si no logramos que los medios de comunicación trabajen a favor de la positiva educación de los ciudadanos, en lugar de hacerlos tontos e ineptos con tantos programas basura.

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