No me gustaría escribir que ya no se escandaliza uno de nada, juzgado desde la altura de una edad digamos provecta, porque de ser sincero tendría que admitir que, después de visto y vivido casi todo, aún se mantiene en el fondo la suficiente sensibilidad moral para escandalizarse de algo.

Valga esta confesión introductoria como preludio a una breve consideración, no sin alarma, sobre la noticia que se publicó el lunes relativa a un llamado "juego del muelle" o "ruleta rusa sexual" entre adolescentes de Madrid. Supuesta diversión que tiene en alerta, al parecer, a las autoridades sanitarias.

Nada se dice de las autoridades morales, si así se puede hablar, ni de las familias de los jóvenes participantes, seguramente tan ajenas a los hechos como sucede con cierta frecuencia en los tiempos que corren. Se trata, para quienes no conozcan la información, de una especie de promiscua ruleta rusa sexual entre un grupo de adolescentes de ambos sexos.

Peligrosa diversión con frecuentes consecuencias de enfermedades venéreas y embarazos "de penalti" que, como se puede suponer, pueden terminar en el drama del aborto. Vivimos tiempos en los que se ha trivializado el desmadre sexual, a menudo propiciado con verdadera obsesión por instancias políticas muy interesadas en derribar supuestos tabúes sociales y hasta de ensalzar cualquier experimento. En definitiva, de abatir razonables barreras éticas y no digamos confesionales.

Quienes en nuestra juventud vivimos otros escrúpulos morales, acaso algo estrictos en demasía pero sin duda fruto de convenciones sociales y protocolos éticos respetuosos con la dignidad humana, comprobamos que hemos asistido a un indudable desarme de convicciones fundamentales en lo personal y a un relativo derrumbe de pautas de conducta en lo social.

Estos adolescentes no son del todo culpables de sus peligrosos juegos sexuales ni de su falta de valoración para los graves resultados de sus actos. No: a menudo sus mayores les han abandonado a su suerte sin antes dotarles de un indispensable código moral que relativice su comportamiento en sociedad.

Son, sin duda, peligrosísimas las consecuencias físicas de esos juegos sexuales, pero también serán desastrosas aquellas de las que no se habla: las morales. Fruto, además, de un abatimiento interesado de normas de conducta del todo indispensables.