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Punto en común entre Trump e Iglesias

El líder de Podemos exhibe un creciente caudillismo que divide a la formación

No deseo amargar el fin del año pero Donald Trump y Pablo Iglesias tienen algo en común: el uso del tuit para comunicar sus posiciones y contradicciones. Es grave porque dentro de 20 días Donald va a tener en su mano decisiones más trascendentes que Pablo.

Sabido es que Trump ha utilizado Twitter en campaña para -según él- combatir la influencia de la gran prensa y atacar la inmigración. Esta semana -tras la condena de la ONU a Israel por los asentamientos gracias a que América no la vetó-, Trump tuiteó que el traspaso con la Administración demócrata estaba siendo complicado. El jueves, tras una conversación con Obama, hizo otro tuit diciendo lo contrario: el traspaso iba bien. Ya el día que fue elegido habló bien de Hillary tras asegurar en campaña que sería procesada, juzgada y condenada. No es la revolución permanente de Trotsky pero sí la contradicción permanente.

Pablo Iglesias sorprende menos pero es más hipócrita. Tira la piedra y esconde la mano. El jueves 22 Iglesias ganó a Íñigo Errejón, pero sólo con un 41% de los votos frente a un 39%, una consulta entre los afiliados de Podemos sobre el segundo congreso de la formación a celebrar en febrero. Era obvio que la ajustada victoria de Iglesias revelaba un resultado de Errejón muy superior al previsto por los "pablistas". La reacción fue fulminante: Ramón Espinar, presidente de Podemos Madrid y notorio "pablista", destituyó de la portavocía de Podemos en la Asamblea de la Comunidad Autónoma de Madrid al errejonista José Manuel López. Era fruto de un pacto anterior con los anticapitalistas pero también un mensaje de fuerza: pese al 41%-39% de la votación de 100.000 afiliados, aquí sólo manda Pablo. ¿Pacto con Errejón? Quizás sí, pero el jefe es el jefe.

Errejón respondió con un tuit razonable pero insumiso: "Este no es el camino". E ipso facto se desencadenó en las redes sociales, con el hastag "Íñigo, así no", una gran campaña encabezada por los "pablistas" Irene Montero y Pablo Echenique, secretario de organización tras la "purga" hace meses de otro errejonista. Siguió una gran agitación en los medios en los que, con práctica unanimidad, se destacó que la llamada nueva política había adquirido en muy poco tiempo los peores vicios de la vieja. Podemos aparecería como una mezcla de sectores enfrentados y un caudillo soberbio cada vez más contestado.

Hasta Echenique se dio cuenta y tuiteó "lo que hicimos no fue muy bonito pero era necesario" y adujo que luego había enviado un abrazo a Errejón.

Podemos se resquebrajaba y Pablo "medió" el miércoles con un vídeo en el que pedía contención. La trifulca no debía seguir porque había peligro de "destrucción". Él, humildemente, hacía acto de contrición ante los militantes: "Perdonadme por haceros pasar esta vergüenza" y pedía a los suyos que pararan la campaña: "sé que los que salieron a defenderme lo hicieron con la mejor intención, que no quisieron callarse más y quisieron responder a las acusaciones". Con una palabra fallida -que diría Freud- Pablo confesaba que para "defenderle" su jefa de gabinete y el secretario de organización habían montado una campaña en las redes sociales. Naturalmente de buena fe y sin consultarle.

Lo que late de fondo son las discutibles decisiones de Iglesias en el 2016. Al votar, junto al PP, contra la investidura de Pedro Sánchez ayudó a la permanencia de Rajoy. Los votantes del PP -y quizás Susana Díaz- pueden estar agradecidos pero quizás los de Podemos tengan dudas. Y más cuando en las elecciones de junio y tras el pacto con IU -que Errejón aceptó de mal humor- no sólo no hubo "sorpasso" al PSOE sino que Podemos perdió un millón de votos. ¿Por qué?

¿Será el caudillismo la nueva izquierda? ¿Será Donald Trump tan personalista como nuestro Pablo? Deseo ardientemente que la respuesta a las dos preguntas sea negativa.

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