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José María de Loma.

Consejos de fin de año

Es obvio que si está usted leyendo esto es por que ha logrado sobrevivir hasta este punto y hora de las fiestas navideñas. Y además vemos que, pudiendo ser el suyo un estado no obstante muy mejorable, quizás encontrándose un poco perjudicado de cuerpo y espíritu o teniendo que andar haciendo más eses que un senderista ebrio por Sierra Morena, emplea sin embargo parte de su tiempo en leer estas notas. Gracias. Y a mejorarse.

Como quiera que nos queda espacio después de saludarle y cerciorarnos de que sigue en el mundo de las vivas y vivos, podríamos arriesgarnos, aún abusando de su paciencia (don que escasea en este mundo e inclusive apostaríamos que en otros que pudieran ser) a darle una serie de consejos:

No haga inocentadas. Recuerde que no es de buena nota echar ácido en la comida de nadie, ni tirarle el iPhone a la chimenea encendida, ni mandar en dirección contraria a un ciego cuando le pregunta una dirección. No pegue muñecotes de papel a los adolescentes en la espalda, pero sobre todo, si alguno le recrimina tal actitud con un capón, aguante estoicamente, dada la saturación que se da ya en los calabozos de la comarca de gente que le atiza garrotazos a los adolescentes, cosa que aún siendo reprobable es a veces de todo punto explicable.

No se ofrezca a comprar usted las uvas. No lo haga. Si las lleva de lata, en lugar de ser tachado de moderno y práctico le dirán que es un tacaño (y eso que las de lata son más caras) o alguien poco orgánico y natural. Un flojo, un cómodo, un hombre de supermercado, o sea, al servicio del capitalismo y no de la tienda de frutas de toda la vida. Si por el contrario lleva un lustroso ramillete adquirido en la tienda de toda la vida, siempre habrá quién le recrimine la poca higiene de tal lugar o que no las lleve peladas o que tengan muchas pepitas. Le advertimos desde ya que el número ideal de gente con las que tomar las uvas (que no llevará usted) es de entre seis y doce. En compañía de menos de seis personas el cerebro hace aflorar esos idiotas pensamientos pequeñoburgueses acerca de la soledad y de sus peligros. Créame, no aprecia uno bien en ese estado los canapés de salmón. Más de doce invitados lo arruinan a uno y si la cena-tránsito de fin de año es en casa ajena no se puede con tanta gente gorronear a placer el jamón y el marisco, si es que hay, dado el poderío económico que ha de tener alguien para invitar a cenar a más de doce. Y a uvas.

No diga qué rápido pasa el tiempo. No diga el próximo va a ser nuestro año, no dé dos besos a quien le tiende la mano y no la cara, no envíe wasaps de negros pollones, no conteste a las felicitaciones cursis enviadas masivamente por alguien que no se acuerda de usted el resto del año. Beba tinto de la zona. No malvenda su colección de sellos. Lea artículos como este. Escríbalos incluso. Cómprese ropa interior verde. Regale. No diga que ama las tradiciones. Hable bien de Baltasar. No se atragante.

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