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tRIBUNA LIBRE

Educar no rima con maleducar

En la última década se han producido avances importantes en el mundo de la educación. La aparición de nuevos enfoques como la teoría de las inteligencias múltiples o el modelo de inteligencia emocional ha propiciado cambios positivos en el ámbito educativo tanto a nivel familiar como escolar. De un modo paralelo en los últimos años también ha ganado protagonismo un nuevo enfoque, lo que podríamos denominar como educación happy flower, que lejos de enriquecer la práctica educativa está dejando preocupantes secuelas. Así, si la educación tradicional se caracterizaba por el autoritarismo y la falta de libertad, perjudiciales ambos para el desarrollo del niño; la pedagogía happy flower se sitúa en el lado opuesto del contínuum apostando por una educación blanda e hiperprotectora que en lugar de centrarse en el niño se rinde a sus caprichos y deseos y desprecia aprendizajes tan relevantes como la tolerancia a la frustración o el respeto a figuras de autoridad. Seguro que en más de una ocasión han escuchado eso de "yo educo en libertad, mi hijo puede hacer lo que quiera" o "yo no castigo a mi hijo para que no se traumatice" frases que los defensores de esta nueva moda educativa utilizan a menudo y que no son más que una mala interpretación de las últimas innovaciones pedagógicas.

Pero si hay una característica especialmente definitoria de esta pedagogía del laissez faire esa es la escasa importancia que ésta concede a las normas, las cuales suelen ser escasas y poco claras. Para justificar este modo de proceder los seguidores del pensamiento flower suelen alegar que las normas coartan la libertad del niño y le restan poder de decisión. Nada más lejos de la realidad, pues está demostrado que la existencia de una serie de normas y límites claros es uno de los factores que más ayudan al niño a desenvolverse con seguridad en un mundo que desconocen. ¿Se imaginan ustedes que a un adulto se le permitiese conducir un coche sin haber demostrado tener un buen conocimiento del código de circulación? Las consecuencias podrían ser nefastas. Pues bien, aunque salvando las distancias, algo similar ocurre cuando se educa a un niño sin normas claras. A medida que crecen esta ambigüedad y falta de límites genera en ellos una tremenda confusión, puesto que al no conocer el código salen a la carretera totalmente perdidos, aprendiendo sólo a través del ensayo-error y dificultando en numerosas ocasiones la normal circulación del resto de conductores.

No debemos olvidar que educar tiene mucho que ver con el equilibro, por ello no son recomendables las posturas extremas (ni por exceso ni por defecto). Educar desde los primeros años en el respeto a unas normas básicas y a unas figuras de referencia es el mejor favor que se le puede hacer a un niño. De lo contrario se estará sembrando el terreno para educar a personas caprichosas e incapaces de integrarse adecuadamente en una sociedad cada vez más compleja.

*Mestre e veciño de Xaxán (Lalín)

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