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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Fidel y el gen gallego

Arrecian los comentarios sobre la muerte de Fidel Castro, su personalidad, su influencia en la política de su tiempo y sobre la posibilidad de que en Cuba se dé un proceso de transición a la democracia liberal parecido al que conocimos en España. Sobre el primer asunto, poco más hay que añadir a lo mucho que se lleva escrito y no conviene fatigar a los lectores con nuevas elucubraciones. Y sobre el segundo hay algunos datos que invitan a la equiparación aunque las fuerzas en presencia sobre el tablero político no tienen la misma entidad y responden a dinámicas sociales bien diferentes.

Bien es cierto que, tanto Franco como Fidel, accedieron al poder por la lucha armada, se mantuvieron en él durante muchos años y acabaron su mandato de carácter vitalicio muriendo en la cama. Pero hasta ahí llegan las semejanzas. La enfermedad terminal de Fidel se ocultó discretamente mientras que la agonía de Franco se exhibió de forma impúdica (fue el único suceso político importante sobre el que el régimen informó con detalle y sin mentir) con aquel parte medico diario en el que se describía un deterioro físico imparable, de múltiples fallos, incluido uno que se referenciaba como "melena", del que los que no tenemos formación sanitaria, no sabíamos si interpretar como una señal de que al anciano dictador le crecía el pelo milagrosamente o se estaba quedando más calvo todavía.

Por lo demás, el resto de los agentes del posfranquismo y del posfidelismo no son equiparables. El Partido Comunista de Cuba es mucho más fuerte y cohesionado de lo que fue la tramoya del Movimiento Nacional, el ejército cubano no está subordinado a los intereses estratégicos de Estados Unidos, y la Iglesia Católica de Cuba pese a su evolución última no tiene, ni de lejos, la misma influencia ni poder que tenía la Iglesia Católica española, que fue uno de los pilares del régimen nacional-católico durante los casi cuarenta años que duró la dictadura. No es esperable, por tanto, que durante los funerales de Fidel se dé el caso de que un obispo cubano (como aquí ocurrió con el cardenal Tarancón) se permita aleccionar a la dirigencia sobre lo que conviene hacer en política para ser grato a los ojos de Dios. Además de eso, no existe tampoco en Cuba una oligarquía financiera de extracción burguesa dispuesta a hacer algunos cambios para que nada de lo sustancial cambie, como en la famosa novela de Lampedusa. Dicho lo que antecede, solo nos queda reflexionar brevemente sobre la hipotética existencia de un gen gallego que propicie la perdurabilidad en los cargos políticos, así como la resistencia a abandonarlos.

El general Franco y Fidel Castro (que era hijo de gallegos) lo tenían; Raúl Castro, por lo que parece, también (ya tiene 86 años el mozo); Fraga Iribarne, ya no digamos, desde su ingreso, siendo muy joven, en un cuerpo de élite de la Administración del Estado hasta ser ministro de la dictadura y luego jefe de la oposición parlamentaria democrática, no paró de acumular cargos públicos en su larga carrera. ¿Y qué opinar de Rajoy y de su exitosa resistencia a dejar de ser presidente del Gobierno? "Tienes piel de elefante Mariano", le elogió la señora Merkel.

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