Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Rechazo a la dominación

Fidel Castro solía decir de sí mismo que la Historia lo absolvería, en el sentido de que el juicio mayoritario sobre su actuación política destacaría los aspectos positivos sobre los negativos. En cambio, el escritor peruano Mario Vargas Llosa, que figuró entre los intelectuales que apoyaron entusiásticamente a Castro en los primeros pasos de su revolución, opina lo contrario. Todo eso está por ver, porque ni siquiera los juicios históricos con más vocación de ecuanimidad son unánimes y habrá que esperar a que el material declarado secreto aflore para separar el grano de la paja. Pero mientras eso llega, que serán años, lo que sí parece claro es que en la biografía del dirigente cubano predominará su carácter de líder revolucionario antiimperialista sobre cualquier otro aspecto de su personalidad. Por supuesto, el imperio contra el que había que combatir era el de Estados Unidos, la gran potencia norteamericana que había sustituido a España en el dominio de Cuba tras haber humillado a la primitiva nación colonizadora en una guerra desigual.

En su libro "De Cristóbal Colon a Fidel Castro" (El Caribe, frontera imperial) el conocido político e intelectual dominicano Juan Bosch describe todo ese largo proceso histórico en el que entran en la disputa sobre los ricos territorios ribereños con el mar Caribe otras potencias europeas como Inglaterra, Francia y Holanda. La lucha de Cuba por su independencia política (primero de España y después de Estados Unidos) comienza bajo la dirección de un personaje carismático como José Martí y culmina, por ahora, con la de otro personaje de parecidas características como Fidel Castro. El primero fue un poeta y orador fascinante y el segundo, como lo retrata su amigo Gabriel García Márquez, un hombre que sentía pasión por la palabra.

Desde la famosa entrada en La Habana de los guerrilleros de Sierra Maestra en 1959, asombra constatar cómo una nación de apenas diez millones de habitantes pudo tener presencia en procesos descolonizadores de otros países como Argelia, Angola, Mozambique y Nicaragua, influencia decisiva en el fin del régimen racista de Sudáfrica, y servir de inspiración en los cambios políticos que se dieron en Venezuela, Bolivia y Ecuador y en menor medida en Brasil, Uruguay y Argentina. O más recientemente como animador de las conversaciones que permitieron el fin de la guerra civil en Colombia. Y no menos asombro produce que el dirigente máximo de ese país haya podido sortear las continuas crisis en que se vio envuelto (misiles rusos, balseros, el niño Elián González, fin de la ayuda soviética, etc.), salir vivo de incontables atentados, o resistir un bloqueo que ha empobrecido a la nación.

Desde una óptica imperial, lo más importante no son los derechos humanos ni las libertades democráticas (aunque se usen como pretexto) sino el grado de sumisión a los intereses económicos. La llamada doctrina Kirkpatrick establecía una distinción entre regímenes "autoritarios" (dictaduras de derechas a las que había que apoyar) y "totalitarios" (dictaduras de orientación socialista a las que había que derribar). Una reformulación de la conocida opinión de F. D. Roosevelt sobre los hijos de puta buenos y los malos. El mejor elogio sobre Fidel Castro lo hizo el presidente de Francia, François Hollande: "Fidel representa el orgullo del rechazo a la dominación exterior".

Compartir el artículo

stats