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Daniel Capó FdV

El pacto vasco

La flexibilidad es un valor importante en política. Lo será más en el futuro, a medida de que se vaya haciendo necesario reconfigurar aspectos centrales del consenso constitucional. El último ejemplo lo encontramos en el pacto que ha firmado el PNV con el PSE y que concederá a Urkullu la presidencia del País Vasco cuatro años más. La vía vasca perdura en el tiempo precisamente por su carácter excepcional, pero también por la habilidad del nacionalismo vasco a la hora de tender puentes con el Gobierno central. A pesar de su relativa debilidad parlamentaria en el Congreso -apenas cinco diputados en Madrid-, el PNV ha sabido aprovechar el conflicto catalán, la caída dramática del PSOE y la posición del PP para jugar con éxito sus bazas negociadoras. Con el pacto entre Urkullu y Mendia, además, se crea una línea de contención evidente frente a la posición anticonstitucionalista de la izquierda antisistema, ya sea Bildu o Podemos. El PSE, por su parte, gana cierta visibilidad en un momento agónico para el partido, que necesita tiempo, espacio e ideas. Por supuesto, la sociedad vasca podía soñar con un acuerdo distinto incluso entre los partidos que denominamos de estabilidad, uno los cuales es el PNV, pero no suponía una posición realista. Sin duda, las opciones alternativas eran peores para todas y cada una de las partes firmantes, y también para la sociedad vasca y española.

Lo importante, en todo caso, es recobrar la convicción de los beneficios que aportan la estabilidad y la moderación. En lugar de demonizar el pasado, asumir el valor benéfico de las construcciones imperfectas. Los máximos del PNV se aplazan por el momento a un futuro indeterminado, mientras se avanza paso a paso hacia un mayor autogobierno. De hecho, solo C's y antes UPyD cuestionan el concierto vasco, a la vez que el PP y el PSOE lo defienden en Bruselas ante las dudas comunitarias. Cabe pensar ahora que esta apuesta por el pacto se desplazará también hacia Madrid, a tiempo de evitar el derribo del marco legal e institucional que ha hecho posible no solo el autogobierno vasco, sino la extensión del autogobierno a las distintas comunidades. La necesidad de apoyos mutuos es preferible a la destrucción de los consensos en nombre de un paraíso desconocido. Con una mejora paulatina de la realidad se obtienen mejores resultados que persiguiendo una quimera ideal.

Y, en este sentido, es la seguridad en el funcionamiento de las leyes y las instituciones la que nos permite avanzar frente a las incógnitas planteadas por un populismo que no acepta cortapisa alguna a su voluntad ni ningún planteamiento político diferente al suyo. Una sociedad plural exige un cauce para ideologías diversas sin enfrentar unas identidades con otras. El regalo de la ley es precisamente ese amparo de la libertad individual y social, acompañado por una comitiva de seguridades fundamentales para la convivencia democrática. A falta de una gran coalición, es bueno empezar con pequeñas alianzas que abran el camino a acuerdos más amplios y generosos. Y que, al tiempo, delimiten claramente lo que ya resulta evidente: que populismo y fanatismo son palabras casi sinónimas.

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