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Pedro de Silva

Cuadro de mandos

Todas las cosas tienen su momento, cuando resplandece lo que son sin necesidad de explicarlo, y el amanecer tenía el suyo ayer hacia las 7.30, con solo un reborde difuso de luz empujando detrás de las montañas del fondo, suficiente no obstante para haber espantado a casi todas las estrellas, dejando solos, en lo más alto, a una delgada luna en menguante y a Júpiter, bailando allá arriba a una distancia corta pero bien medida, la justa para no dar que hablar. Bien, el caso es que el esplendor de las cosas cuando están en su momento requiere también un contraste que les dé realce, y el contraste era un brochazo oscuro, ancho y despeluchado, que cruzaba en diagonal sobre la pareja de baile, dejado allí por un reactor que estaría ya muy lejos, sin que el piloto pudiera imaginar su paradójica contribución a la escena, instalación, cuadro, panel de símbolos, augurio, regalo o lo que sea.

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