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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Los goles en la memoria

La memoria tiende a quedarse solo con lo que caprichosamente le interesa

La memoria, en literatura, no suele ser un auxiliar fiable, porque tiende a quedarse solo con lo que caprichosamente le interesa. Hermosea algunos lances, esconde bajo la alfombra otros menos presentables y como el genio de la lámpara acude siempre a las órdenes de su dueño para ver de complacerlo. En cualquier caso, moverse en ese territorio de emociones retrospectivas e incertezas varias es un ejercicio muy entretenido. Especialmente, cuando uno también fue testigo de lo que se cuenta.

Digo lo que antecede porque el lunes pasado, en su sección Memorias en blanco y negro, el conocido periodista deportivo Alfredo Relaño recuerda el partido jugado en el Molinón el día 26 de abril de 1981 entre el Sporting de Gijón y la Real Sociedad de San Sebastián, a cuyo término el equipo guipuzcoano se proclamó campeón de Liga por primera vez, por mejor golaverage con el Real Madrid. El resultado final fue de empate a dos goles pero durante los noventa minutos se dieron, tanto en el estadio gijonés como en el vallisoletano de Zorrilla, donde jugaba el Madrid, tantas oscilaciones en el marcador y tantas variaciones en la cabeza de la clasificación que fue milagroso que no hubiera fallecimientos por infarto entre las respectivas aficiones. Cuando concluyó el partido en Valladolid (victoria por 1-3 para el equipo madrileño) aún faltaban cinco minutos en Gijón para que el árbitro pitase el final y el Sporting ganaba por 2-1 a una Real volcada al ataque sobre un terreno que se había convertido en un barrizal por la mucha lluvia caída. En ese momento, el título era para los blancos de la capital del Estado pero en el minuto 89 se produjo un hecho histórico. Zamora, el elegante interior donostiarra, cazó un balón dentro del área, le pegó con fuerza y lo introdujo en la portería que defendía Castro. Era el empate definitivo y el primer título de Liga para la Real. Como suele decirse en estos casos, el campo se vino abajo y la hinchada vasca se lanzó al terreno de juego para festejar el éxito. Relaño describe el suceso del crescendo emocional con técnica de autor de novelas policíacas, pero al final del relato introduce un elemento de suspense que francamente, yo, que estaba en la grada aquella tarde gris y lluviosa, no vi. Según nos lo cuenta Relaño, el balón, después de un disparo raso y fuerte de Gorriz, se le queda a Zamora entre el pie izquierdo y el barro, se gira, ve puerta, Castro se adelanta para cerrar ángulo, el balón le pega en el pie derecho, se eleva y durante unos segundos, que a todos les parecieron eternos, como en los sueños, pareció dudar entre salir por encima del larguero o acabar cayendo en la red.

En buena práctica literaria, es legítimo apurar la emoción hasta el último párrafo pero en la realidad no fue así. Por si la memoria me fallaba, recurrí a las imágenes de una retransmisión televisada que hizo el fallecido periodista deportivo asturiano Emilio Tamargo y en ella puede verse perfectamente cómo Zamora disparó con gran determinación y la pelota después de golpear en el portero, que salió a tapar el hueco, se introdujo en la red. En milésimas de segundo. Sin agonías.

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