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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Devolver la grandeza perdida

La inquietud por la victoria de Trump

Como era de esperar, hubo una avalancha de comentarios sobre la, al parecer, imprevista victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas. La mayoría de ellas expresaron sorpresa, desconcierto e inquietud, ante la posibilidad de que el candidato triunfador, una vez asumido el poder, pudiera poner en práctica algunas de las medidas que anunció en campaña. Especialmente, las referidas a la expulsión de millones de emigrantes ilegales, veto de entrada en el país a musulmanes (bajo la sospecha generalizada de que pudieran ser terroristas), o, lo que aún se considera más peligroso, trabas al libre comercio y a la globalización económica, y negativa a cumplir los acuerdos internacionales sobre el cambio climático.

Pero al tiempo que se desataban las alarmas hubo también un intento de tranquilizar a la opinión pública con el argumento de que el nuevo inquilino de la Casa Blanca se vería impedido a desarrollar su programa porque el sistema de contrapoderes que rige en la política norteamericana no se lo permitiría, o se lo haría tan dificultoso que al final habría de renunciar a ello. Y se pusieron como ejemplo de esas prácticas filibusteras, los apuros de Obama para sacar adelante un limitado programa de asistencia médica, o la imposibilidad del cierre de la prisión y centro de tortura de Guantánamo, que figuraba en lugar destacado de sus objetivos.

No obstante, en este caso, la comparación no es válida porque la aplastante mayoría conservadora en el Senado y en la Cámara de Representantes está a favor de Trump por mucho que algunos de sus dirigentes no viesen con buenos ojos su candidatura y hubieran hecho esfuerzos para pararla. Por ese lado, las noticias no son tranquilizadoras, pero por el de la lista de altos cargos gubernamentales que gestiona el magnate del pelo naranja, todavía lo son menos. Lo más granado de la extrema derecha estadounidense figura allí.

El general Michael Flynn, partidario de meter en la cárcel a Hillary Clinton, será Consejero de Seguridad Nacional; Mike Pompeo, destacado miembro del Tea Party que aboga por aplicar la pena de muerte a Edward Snowden, el que reveló el espionaje masivo del que Washington hacía objeto a sus aliados, será director de la CIA; y Jeff Sessions, un senador que fue rechazado como juez por sus comentarios racistas, será nombrado Fiscal General. El último en incorporarse a ese más que dudoso cuadro de honor es el general retirado James Mattis, más conocido por el apodo de Mad Dog, que puede traducirse por Perro Loco o Perro Rabioso.

En la biografía profesional de este militar figura su destacado papel en las invasiones de Afganistán y de Irak. El resto de los que suenan para ocupar puestos importantes en la nueva administración, como Michelle Rehhe o Rudy Giuliani, que era alcalde de Nueva York cuando el 11-S, son de parecido jaez. Lo que pueda hacer el inefable Donald Trump y su equipo de reaccionarios colaboradores por devolver a Estados Unidos su pretendida grandeza (que es el objetivo principal de su programa de gobierno) está por ver. También Hitler y Mussolini querían devolverle a Alemania y a Italia la grandeza perdida. Y Franco (Una, grande, y libre) la que la Historia le debía a España. Peligrosos antecedentes.

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