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Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

Alberto Fábrega, distinguido pediatra

El que les escribe, que lleva más de medio siglo en el ejercicio de la Pediatría, tuvo el honor y la fortuna de conocer y ser amigo de los pioneros de la pediatría ourensana. Son los llamados pediatras de la segunda y tercera generación, en correspondencia con la segunda y tercera etapas de la pediatría española -pertenecientes a los inicios del desenvolvimiento de la especialidad (1914-1936) y a su consolidación (1936-1960 a 1970)-. Es más, en sus primeros años como médico de niños, hasta llegó a trabajar simultáneamente con alguno de ellos. A su vez, muchos de estos pioneros alcanzaron, en plena actividad profesional, la cuarta etapa (1960-1970 hasta la actualidad), caracterizada por el desarrollo de la pediatría integral y sus especialidades. Tal superposición cronológica me permite analizar, con conocimiento de causa y desde mi propia experiencia vital, cómo fueron y en qué condiciones ejercieron la profesión los primeros pediatras de Ourense. En cualquier caso, otros autores españoles, algunos ya citados en estos sueltos, estudiaron y ponderaron su peripecia personal y profesional de atención al niño. Entre ellos quiero resaltar a uno que me distinguió con su amistad, el profesor Ernesto Sánchez y Sánchez-Villares (Villavieja de Yaltes, Salamanca, 1922 - Valladolid, 1995). Fue el autor de un completo y equilibrado estudio, Reflexiones en la frontera de medio siglo de Pediatría (Universidad de Valladolid, 1985). A propósito de sus consideraciones, con las que coincidía, mantuve un intercambio epistolar con el maestro. Su publicación y esta correspondencia me llevaron a escribir un artículo en la prensa local (Nostalgia y tragedia de la Pediatría. La Región, 25.07.1986), en el que analizaba alguno de los matices expuestos por Sánchez-Villares.

Durante la segunda y tercera etapas de la pediatría, la atención a los aspectos preventivos de la salud del niño, se limitaba a las capitales de provincia y algunas ciudades grandes, a través de los Dispensarios de Higiene Infantil (1933), después denominados Servicios Provinciales de Higiene Infantil (1935). En ellos, los Puericultores del Estado, sobre todo en la postguerra, llevaron a cabo una labor sustancial en educación sanitaria, alimentación infantil y campañas de vacunación. Todo ello, a pesar de sus medios eran limitadísimos.

El niño, como paciente, era atendido siguiendo sobre todo los patrones habituales de la medicina liberal. Un número muy reducido de pediatras sostenían las necesidades médicas de la infancia. Inicialmente, se hacía de forma exclusiva en las consultas privadas y mediante la visita a domicilio y, desde 1950, se completó con la extensión del Seguro Obligatorio de Enfermedad (SOE) a una parte de la población infantil. Algunos menesterosos eran atenidos por las Beneficencias municipales y provinciales. No existía organización hospitalaria infantil. Muy pocos niños, sobre todo los quirúrgicos, ingresaban en los hospitales de la beneficencia, en algún sanatorio privado y, desde su creación, en las llamadas Residencias Sanitarias del SOE. La mayoría de los niños, independiente de la gravedad de su proceso, eran asistidos en su propio domicilio por sus familiares, que seguían como podían las directrices de sus médicos. Los pediatras, llegados a Ourense entre 1928 y 1953, los hicieron en unos años en que inicialmente no existía seguro de enfermedad y después, no incluía a toda la población ni a la gran parte de los niños. Además, la gente carecía de medios económicos para pagar al médico y la medicación. Con una generosidad ejemplar, los pioneros de la pediatría ourensana suplieron estas carencias. Por una parte, instituyeron consultas gratuitas a las que algunos de ellos dedicaban días enteros, o cobraban honorarios minúsculos o simbólicos. Por otro lado, les facilitaban los medicamentos -unas veces a base de las muestras de los específicos y otras con dinero de su propio bolsillo-. Para compensar esta situación, la mayoría se sostenía económicamente mediante su trabajo médico, no siempre pediátrico, en las pocas instituciones existentes.

La casi totalidad de los médicos, durante la guerra civil española de 1936, fueron alistados por el ejército republicano o por el sublevado, sí o sí, y al margen de su propia voluntad. En gran parte de los casos se vieron enrolados en un bando u otro del ejército según el lugar donde vivían cuando estalló la contienda. Una vez terminada la guerra civil, entre los vencidos del bando republicano, unos médicos se exiliaron, otros fueron fusilados, muchos encarcelados y/o represaliados de modos distintos y algunos rehabilitados después de períodos más o menos largos. Entre el bando de los vencedores, algunos siguieron como médicos militares durante distintos lapsos o incluso hasta su jubilación.

Este era el escenario en que se movieron pediatras ourensanos de la segunda y tercera generación. Uno de ellos es el que hoy recordamos.

Alberto Fábrega Santamarina (Ourense, 1910-1976) fue el menor de los cuatro hijos del matrimonio formado por don Luis Fábrega Coello y doña María Santamarina Labora. Su padre fue un prestigioso farmacéutico y político republicano moderado de Ourense, donde llegó a ser alcalde de la ciudad y presidente de la Diputación Provincial. Fue, además, impulsor de la creación de la Caja de Ahorros Provincial. Era un hombre muy bondadoso y amable, con gran paciencia y cariño por los niños, virtudes que posiblemente influenciaron la elección profesional de su hijo.

Alberto Fábrega realizó sus primeros estudios en la ourensana Academia Sueiro, y los completaría después en el Instituto de Bachillerato, con muy buenos resultados. Muy pronto se decantó por la carrera de Medicina, superando el curso preparatorio en la Universidad de Oviedo y después la licenciatura en la de Valladolid, en la que se graduó en 1934. Siguió a continuación la formación en la especialidad de Pediatría en el Hospital del Niño Jesús de Madrid -en esa época el primero y el único español dedicado exclusivamente a niños-. En 1936, cuando llevaba dos años de especialidad, le sorprendió la guerra civil mientras disfrutaba unos días de vacaciones en su domicilio familiar en Ourense. Sin posibilidad de elección, fue enrolado en el bando "nacional", en calidad de médico militar y destinado al frente de Asturias. Al término de la guerra fue destinado a Valencia como teniente médico. En 1940 pudo volver al hospital infantil madrileño para completar los estudios de la especialidad pediátrica.

En 1941 regresó a Ourense y abrió consulta privada en la calle del Progreso. Al mismo tiempo ejerció como médico de la Beneficencia y como médico militar en el cuartel del Cumial. Desde que se extendió la asistencia pública de la Seguridad Social a los niños, se incorporó a la misma como pediatra de zona. Completó su dedicación profesional responsabilizándose de la Dirección del Centro de Alimentación Infantil (CAI), ocupación preferente en una época en que los trastornos nutritivos de los niños, junto con las enfermedades infecciosas, eran el objetivo prioritario de la medicina infantil. Cierto tiempo después, trasladó su consulta a la calle de Lamas Carvajal. En 1958, en unión con el prestigioso ginecólogo Juan Raposo Picón, fundó la Maternidad Santa Cristina, según proyecto del arquitecto Manuel Conde Aldemira. Supuso una instalación modélica para su época, con un diseño radial centrado en el quirófano y sala de partos, que permitía a la vez compaginar la intimidad de las enfermas con una buena vigilancia. El sanatorio disponía además de perfectos aislamientos, exclusas diferenciadas y todos los servicios necesarios para las especialidades de Obstetricia-Ginecología y Pediatría. Más tarde la sociedad se disolvió y estableció su clínica en la actual calle de Cardenal Quiroga. Es la etapa en que coincide en esta misma rúa con otros dos pediatras de su tiempo, los doctores Leoncio Areal Herrera y Federico Martinón León. Los tres llegaron a ser grandes amigos que, en lugar de competir, colaboraron en la atención de muchos niños ourensanos enfermos, cuando la medicina en equipo era una utopía. Su contribución fue extraordinariamente eficaz en la resolución de muchos casos, y decisiva para disminuir la elevada morbilidad y mortalidad infantil en nuestra provincia.

Muy atento a los avances de la Pediatría, colaboró con la Sociedad de Pediatría de Galicia y con Galicia Clínica, que era prácticamente la única publicación médica existente en nuestra región. La Seguridad Social reconoció su buena labor a favor de los niños y le otorgó la máxima distinción existente en ese momento, La Cruz Azul.

En lo personal, Alberto Fábrega fue un hombre bueno, honesto, muy humano y con un don especial para tratar a los niños y jóvenes. Lo era tanto que, muchos de sus pacientes, rebasada la edad pediátrica, seguían acudiendo a pedirle orientación y consejo. Fue algo que llegué a escuchar directamente de ellos pues, cuando falleció, todavía muy joven, recogí alguno de sus pacientes en mi calidad de pediatra. Al mismo tiempo pude comprobar lo acertado de sus diagnósticos y prescripciones. Su tiempo libre lo dedicaba al estudio y la lectura de diferentes materias. Su familia me dice: "no podía pasar un solo día sin comprar un libro, por lo que nos dejó una biblioteca muy variada y de muchos volúmenes". En 1945 se casó con Pacita Carballo Losada, empresaria muy conocida y querida en Ourense que, felizmente, a sus 99 años, todavía acude cada día a la óptica de la que es copropietaria. Con ella formó una familia feliz y tuvo una hija, Lolita Fábrega Carballo, que me facilitó una buena parte de los datos que aquí recojo, así como sus fotografías.

Cuando falleció, el que había sido su fiel amigo y compañero de profesión Federico Martinón León escribió en el periódico local: "Ya no hay misterios para ti. Estás en el mundo de la verdad, donde lo único que cuenta, es el bagaje de méritos que a lo largo de tu vida has sabido acumular [?] Tenías por bandera el deber y por escudo tu conciencia, y en ambos estribaba lo mejor de tu cartesiana exigencia [?] Pero aún dentro de ese enorme vacío que nos dejaste, un sexto sentido nos dice que era el momento propicio. ¡Habías cumplido!"

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