Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

Toda la belleza del mundo

"Yo intenté mantener la serenidad, confiando plenamente en que, ahora, Él me iba a conducir. Tendría que familiarizarme lentamente con lo que puedo hacer, y me limitaría siempre al siguiente paso.

Justamente considero muy importante para mi vida entera esa frase del Señor: no os preocupéis por el mañana, cada día tiene su propio afán. El afán de un día es suficiente para el hombre; más no puede soportar. Por eso procuro concentrarme en solventar el afán del día de hoy y dejar lo otro al día de mañana."

Es la contestación de Joseph Ratzinger al periodista Peter Seewald (Luz del Mundo, Herder, 2010) cuando le interroga sobre su elección unánime como Papa, el 19 de abril de 2005. Tres días antes de tomar su nuevo nombre, Benedicto XVI, Joseph compartía con sus colaboradores su alegría por su jubilación. Ya en pleno cónclave, cuando después de las primeras votaciones se daba un "dinámico movimiento hacia el nuevo papa", Ratzinger rezó: "¡Señor, no me hagas esto! ¡Tienes a otros más jóvenes y mejores!".

Las palabras con las que arranco este artículo, expresan una disposición y actitud ejemplares para la vida, tanto si se es creyente como si no. Disposición de aceptación de la tarea diaria, con plena conciencia de la limitación de la capacidad y el tiempo. Estas afirmaciones se completan en la misma obra, más adelante, cuando Seewald le pregunta sobre las "consideraciones" que San Bernardo de Claraval escribió en el siglo XII, a instancias del Papa Eugenio III (De consideratione ad Eugenium Papam, 1152). En éstas, San Bernardo manifestaba como principal temor: "que, rodeado de ocupaciones, cuyo número no deja de crecer y cuyo fin no ves, endurezcas tu rostro". Benedicto XVI le respondía: "El tono fundamental es el que usted ha insinuado: ¡no perderse en el activismo! Habría tanto que hacer, que se podría trabajar sin interrupción. Y justamente eso es erróneo. No perderse en el activismo significa mantener la consideratio, la circunspección, la penetración clarividente, la visión, el tiempo de la ponderación interior, del ver y tratar con las cosas, con Dios y sobre Dios. En sí, no pensar que hay que trabajar sin interrupción es importante para todo el mundo, por ejemplo, para todo aquel que gestione una empresa, y tanto más para un Papa. Él tiene que dejar muchas cosas en manos de otros para conservar la visión interior de conjunto, el recogimiento, del cual puede provenir entonces la visión de lo esencial". Se trata, en definitiva, de una entrega celosa a las obligaciones del día, sin olvidar la reflexión y el recogimiento para no malograr la perspectiva interior -que incluye lo íntimo, lo familiar, lo doméstico y lo espiritual-. Una manera de enfrentarse con lo cotidiano sin perderse en excluyentes acciones públicas laborales, sociales, políticas e incluso religiosas. Una actitud que cobra especial significado para los que tenemos edad avanzada o podemos sentirnos limitados por la enfermedad, factores ambos que acortan el tiempo y nuestra capacidad, pero no necesariamente nuestra sabiduría o nuestra memoria. Así, podemos volver al recuerdo de aquel instante feliz que parecía totalmente olvidado, de aquella frase ingeniosa que nos hizo sonreír o de aquella persona buena e interesante de la que, algunas veces, no queda ninguna constancia, ni fotografía, y hasta ha sido olvidada por sus familiares. Con ello no recrimino a nadie. Sé que la vida apresurada y exigente de hoy apenas deja un instante para la nostalgia y en las viviendas pequeñas ya no hay sitio para guardar las cosas de los que ya no están. Curiosamente, uno tiende siempre a recordar a los mismos, las más de las veces unos cuantos literatos y artistas -algunos cuyo mérito es innegable, otros de obra exigua y que simplemente nacieron en nuestra tierra-. Mas hay tipos de todas las profesiones y oficios que fueron muy buenos y rindieron un buen servicio a la sociedad de su tiempo que ya no tienen quien los recuerde. Algunos sobreviven en la memoria de los de más edad, como yo mismo, que los conocimos y tratamos. Ellos son el porqué de esta página que me cede FARO DE VIGO cada domingo. Para recabar los datos imprescindibles para el artículo, necesito refrescarles la memoria a sus deudos y amigos. Algunos los han olvidado, mientras otros los tienen muy presentes y podría decir que hasta casi me dan el trabajo hecho. Es por ello que esta serie, se llama Personas, casos y cosas de ayer y de hoy.

Los recuerdos a veces nos los aviva aquel libro dedicado por un amigo ya muerto, o por uno aún vivo al que creíamos olvidado. Ese libro nos trae a primer plano el momento en que nos lo regaló y hasta la conversación que mantuvimos. Tal me sucedió estos días con la relectura de Toda la belleza del mundo, (Seix Barral; 1ªed español, 1985), escrito por Jaroslav Seifert (Praga, 1901-1986), galardonado en 1984 con el Premio Nobel de Literatura. Es un una obra que me regaló y dedicó el psiquiatra infantil ourensano José Antonio Mazaira Castro, cuando tuve la oportunidad, en 1985, de dirigirle su tesina de licenciatura. El texto me gustó sobremanera, por su variedad, amenidad y sentido poético. Tanto me atrajo que lo he recomendado muchas veces y lo he utilizado como obsequio a muchos amigos cuando se disponían a visitar a Praga -porque allí se desarrolla este libro de "historias y recuerdos" - o cuando atravesaban un momento delicado por lo que el libro tiene de estimulante. Su relectura, empatada con las palabras de Ratzinger, han hecho posible el artículo de hoy, posiblemente no más que divagaciones. Otro día el contenido tendrá más enjundia.

Precisamente, los pasados día 1 y 2 de noviembre, al visitar los cementerios en conmemoración de Todos los Santos y Fieles Difuntos, me acordé de la primera parte del libro de Seifert. El poeta estaba ingresado en el Hospital de Vinohrady, construido delante de la tapia del cementerio de su barrio y desde su ventana veía sus sepulcros y cruces. En estas circunstancias evocaba los versos que le había escrito su camarada Josef Hora (Dobrini, 1891- Praga, 1945): "La sombra se extiende sobre una tumba, / tamborcito del vacío. / Los muertos también tienen celos: / el enhiesto sauce llorón / difunde su voz a través del silencio. / Allá abajo nos están criticando". Y cuando en mi recorrido por el cementerio de San Francisco contemplé muchas tumbas cuidadas y adornadas con flores, frente a otras en abandono, me pregunté: ¿tendrán celos los muertos?

Y pronto llegaran las Navidades, con mucho de lo bueno y memorable de nuestra experiencia humana, entre lo que está el Belén, que unos pueden montar y otros solo contemplar, pero que a todos hechiza, les suscite o no sentimiento religioso. Al vivir en el campo, ahora tenemos espacio suficiente para tener el Belén de forma permanente todo el año. No falta en él, en lugar destacado, el establo con Jesús y sus Padres, ni la Anunciación y cada una de las escenas tradicionales. En la montaña más alta el castillo de Herodes, en permanente guarda, mientras descienden los Reyes Magos sobre sus ricas cabalgaduras. Son los mismos Reyes que un día, hace casi 70 años, nos compraron mis padres en la tienda de artículos religiosos Riol, de la Plaza Mayor de Ourense. Tampoco fallan los pastores, con sus rebaños de ovejas, que seducen a mi mujer de modo especial. También están presentes trabajadores de muchos oficios en plena faena. Sin embargo, no dejaré de ir, como cada año, a algún mercado navideño para disfrutar de su contemplación y adquirir una nueva figura, estática o en movimiento, si no se adelanta un año más mi nuera Cristina Ferrero.

Y siguiendo los recuerdos, he vuelto estos días atrás a Santiago de Compostela y pasé por delante del viejo Hospital Clínico de la calle Galeras, abandonado hace años pero todavía en pie. Los recuerdos fueron inevitables. Allí di mis primeros pasos y me formé en Pediatría. Luego traería mis conocimientos a Ourense y se los transmitiría a otros compañeros, mejorando entre todos la asistencia de los niños ourensanos. Allí, en Santiago, conocí a mi mujer, Georgina Torres Bescansa. Fue en 1967, cuando Georgina llegó a la Clínica Universitaria de Pediatría de Santiago, de mano de su tío Fermín Bescansa, que era entonces el anestesista de los niños de la Clínica Pediátrica. Entonces yo desempeñaba el papel de "Jefe de Clínica" y de Profesor Adjunto de Pediatría. Me presentó a su sobrina que comenzaba los estudios de enfermería y venía a realizar la parte práctica a nuestro Departamento y, como era lógico, me la encomendaba con todo interés. ¿Casualidad o Providencia? El impacto fue grande e inmediato. Era una joven, guapa, elegante, radiante, con tremendo estilo y muy femenina. Me impresionaron sus hermosos ojos verdes, su mirada penetrante y su voz cálida. Durante el encuentro, a pesar de su costumbre de inclinar la cabeza hacía un lado y abajo, en un ademán de timidez, quiero creer que sus ojos se detuvieron varias veces en mi rostro. Todo me atrajo de ella. Tenía la certeza de haber encontrado a la mujer y compañera de mi vida, como así se confirmaría. Tiempo después, evocando este primer momento, Georgina confesaba que en aquel encuentro no había sentido ninguna particular atracción hacia mí. Aun así, tuvo desde el inicio la certeza de que compartiría y terminaría su vida conmigo. Se habían encontrado un hombre y una mujer con seguridad en sí mismos y en lo que el futuro les habría de deparar. En los meses sucesivos conocí su extraordinaria sensibilidad, dedicación a los niños y entrega al trabajo. Buena falta le haría, pues tuvimos siete hijos y, de momento, trece nietos, más uno en camino, que se llamará Lucas.

Compartir el artículo

stats