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Javier Cuervo.

La victoria sin límites

La victoria de Donald Trump sobre los ejércitos de Tierra, Mar y Aire del establishment confirma que el descontento es una emoción muy fuerte también en elecciones. Los nuevos fachas europeos se sienten muy confortados con eso.

Las primeras palabras del candidato republicano al que no quería el Partido Republicano han querido ser tranquilizadoras. Ha venido a decir que esto era la campaña y las campañas son duras. Es una aplicación de las estrategias agresivas de negocios, en las que vale todo para conseguir el mejor precio al que luego se llamará trato justo.

El constructor que ha llegado a presidente ha anunciado que será un presidente constructor. Viviendas, escuelas, aeropuertos, hospitales, carreteras que crearán millones de empleos, seguramente a 7,25 dólares la hora, un salario mínimo del que el Trump de los cambios no habló en la campaña. ¿América volverá a ser grande de nuevo con un salario básico pequeño?

El resto de sus palabras, agradecimientos a la familia de una prolijidad digna de un Goya y estilo tombolero de veterano presentador de televisión, cómodo ante la cámara y sereno ante los riesgos del directo cuando el realizador no encuentra a los invitados.

El mundo se ha apresurado a tranquilizarse ante el mensaje tranquilizador. Hasta los mercados se tragaron el trankimazín después de su habitual crisis de ansiedad. La renovación del sueño americano no debe desvelarnos.

¿Y ahora? Ahora conviene recordar que Donald Trump, que debuta en política con el cargo más alto que existe -presidente de Estados Unidos- no es un personaje inédito para el público. Lleva siendo toda su vida Donald Trump, una persona que no conoce más límites que los que le imponen. Trump será Trump. Los que quieran imponerle límites tendrán mucho que trabajar.

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