Quedan tan solo unas horas para que tenga lugar uno de los acontecimientos políticos más trascendentales de los últimos años y, mientras tanto, muchos ciudadanos, residentes, inmigrantes, observadores externos y habitantes de medio mundo esperan con ansia el final de unas elecciones que sin lugar a dudas representarán, cualesquiera que sean sus resultados, un punto de inflexión en la historia estadounidense. Algunos desean levantarse el nueve de noviembre y corroborar por fin que toda esta grotesca e insólita campaña plagada de amenazas, mentiras e insultos, en la que uno de los candidatos no tuvo que pagar ningún precio electoral relevante por haberse burlado literalmente de la verdad, no ha sido más que el producto de una imaginación perversa. Que mañana, si se oficializa la derrota de Donald Trump, el país podrá reiniciar el sistema reparando progresivamente los daños y el Partido Republicano tendrá la oportunidad de salvar su alma. Y que cuando se certifique la defunción de su candidatura y se confirme la muerte política del hombre, ya se encargarán los nuevos líderes republicanos de exorcizar a todos los demonios que sufragaron la construcción del disparate.

Sin embargo, el discurso del miedo no suele perder su atractivo con una derrota. Es más, esta última, muy al contrario, tiende a suponer el necesario mito fundacional que le otorga al relato un nuevo sentido post mortem, generando así el victimismo que la causa precisa. Argumentarán entonces que esto no es más que el comienzo. Como ocurre con las historias de terror, el mal no desaparece con la eliminación del villano. Lo que permite la continuación en esas interminables sagas literarias y cinematográficas no solo es la fascinación que genera el personaje sino el temor a revivir la pesadilla que este provocó. De ahí la eternidad de su presencia y la permanente posibilidad de su regreso.

Costará mucho esfuerzo político e intelectual corregir los excesos de una derecha que se ha ido desviando hacia un territorio en el que apenas puede mirarse al espejo, porque al hacerlo contempla una versión caricaturizada de sí misma, la cual no ha surgido por casualidad. Cómo reaccionarán mañana esos hombres y mujeres que decidieron votar a un candidato acusado de abusos sexuales que, además de alardear de no pagar impuestos, pretendía "vigilar" a los musulmanes y construir un muro para frenar la inmigración, acusando a los inmigrantes mexicanos de ser unos "violadores" y unos "criminales", es un misterio.

A pesar de que, basándonos en los últimos datos y encuestas, todo parece indicar que Hillary Clinton, aunque sea por una distancia mínima, tiene más posibilidades de ganar las elecciones, a estas alturas no estamos seguros de que la candidata demócrata vaya a asumir la presidencia. Es esa inquietante incertidumbre lo que resulta más problemático para muchos. Desconocer la cara de la nación que aparecerá tras la llamada "fiesta de la democracia". No saber si, en realidad, estamos viendo el final.