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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Dentro de quince años, todos viejos

Más cenizos que nunca, los agoreros del Instituto Nacional de Estadística (INE) pronostican que Galicia perderá 230.000 habitantes en los próximos quince años; y será inútil ir a buscarlos entonces a la oficina de personas extraviadas. Si acaso, en el cementerio.

De aquí al 2031, que tampoco queda tan lejos, este cada día más anciano reino habrá menguado en el equivalente a la población de la ciudad de A Coruña, vecino arriba o abajo. La predicción resulta aún más abrumadora si se tiene en cuenta que el bajón en el censo de Galicia equivaldrá a la mitad del que sufra España en su conjunto, con una pérdida estimada de medio millón de habitantes para el mismo período.

La causa de este descalabro en nuestras reservas de gente es un desequilibro entre cunas y sepulturas de fácil explicación aritmética. Si se resta al número anual de muertos el de la gente que nace, el resultado favorece a los cementerios en una cifra que va de los 12.000 gallegos menos de este año a los casi 16.000 que se perderán en el ya cercano 2020. Y lo que es peor, subiendo.

Este déficit podría compensarse, cierto es, con la llegada de algunos miles de inmigrantes que ayudasen a reponer las pérdidas; pero qué va. Los contables del INE, que también han asumido esta posibilidad en su cálculo, cifran en una modestísima cifra de apenas 2.500 personas las que puedan llegar de fuera para arreglarnos el padrón.

La estimación parece lógica si se tiene en cuenta que este es un país esquinado en el mapa y con pocos atractivos laborales que ofrecer al forastero. Disponemos de mucho paisaje, abundantes nécoras y excelentes playas; pero eso sirve a lo sumo para atraer a los turistas que vienen y van. Y no parece que Galicia, con el clima que padece, vaya a seducir a los miles de jubilados alemanes y británicos que buscan un retiro más cálido para el reuma en las Canarias, las Baleares y por ahí.

La única esperanza que nos queda ante este desolador panorama es la dificultad de predecir el futuro. De hecho, los demógrafos del INE se equivocaron ya en unos cuantos millones a la baja cuando hicieron, a finales del pasado siglo, el cálculo de la población de España en las siguientes décadas.

Si hubiesen acertado, los vecinos de España serían hoy poco más de cuarenta millones; aunque lo cierto es que el censo excede todavía hoy los 46 millones y medio de personas. La explicación reside en que ni siquiera los expertos en demografía pudieron adivinar el nacimiento de una burbuja en la construcción que atrajo a cinco o seis millones de inmigrantes durante la era dorada del ladrillo.

Por la misma razón, nadie está en condiciones de prever que aparezca, por ejemplo, una bolsa de petróleo en las costas gallegas como la que en su día buscó infructuosamente el entonces monarca de este reino Don Manuel I. Si tal ocurriese, como de hecho pasó en Escocia, es de imaginar que el oro negro y sus industrias atraerían a un número de foráneos que acaso nivelara la demografía del país.

Infelizmente, no es probable que ese o cualquier otro acontecimiento parecido vaya a corregir los tristes pronósticos del INE para los próximos quince años. Mucho es de temer que, de aquí a entonces, Galicia se convierta en un enorme geriátrico al aire libre donde los niños serán una rareza. A diferencia de los que salen en las películas, este sí es un país para viejos.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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