La kafkiana situación política que aflige a España desde hace casi un año sigue sin abrir puertas para una salida sensata. Es cierto que tras el bochornoso episodio del debate interno que los socialistas celebraron el pasado día 2 crecen las posibilidades de que aparezca algún cerrajero dispuesto a ponerse manos a la obra, previa apertura de las ventanas, para purificar el irrespirable y fétido aire interior.

El cerril empeño de Pedro Sánchez de mantener su no a la negociación con los populares y el no a la abstención en la sesión de investidura ha proporcionado a los socialistas un cúmulo de seguidas derrotas electorales que, en buena lógica, debieran haber determinado la dimisión de su secretario general. No fue así porque Sánchez, en su quimérica ilusión por llegar a la Moncloa con solo 85 diputados, se enrocó para seguir una andadura en pos de lograr tan utópico objetivo y, haciendo bueno el axioma de que los fines justifican los medios, continuó brujuleando sin poner coto alguno a medios y formas.

Tal vez porque su ego personal le consideró predestinado a dar gloria los socialistas, aguantó impávido las cada vez más evidentes tascadas de sus internos opositores. Y tantas veces fue el cántaro a la fuente que al fin se rompió de forma clamorosa cuando compañeros de su comité federal supusieron o supieron que por su cuenta y dándoles la espalda estaba negociando con extremistas e independentistas catalanes, ignorando la línea roja que en este tema habían trazado los órganos de gobierno de su partido.

Posiblemente concibió la estrategia de presentarse con hechos consumados y formular la incómoda pregunta de "¿Preferimos que siga gobernando Rajoy o que lo hagamos nosotros con un gobierno de izquierdas ya consensuado?". Antes de que pudiera materializarse esta posibilidad, la masiva dimisión de miembros de su comité federal, y una avivada beligerancia de los opositores internos, coronó el latente totum revolutum y forzó la celebración del bochornoso y brusco debate interno del citado día 2. Llegados a este punto, como éramos pocos, parió la abuela, porque a Sánchez no se le ocurrió nada mejor que buscar una victoria con la votación en una urna oculta y sin ningún tipo de control. Como no podía ser de otra manera, el pueril intento de pucherazo fue abortado y en votación a mano alzada la clara victoria de los críticos provocó la dimisión del resto del comité federal y la del propio secretario general.

El desmantelado partido socialista se ve ahora abocado a una larga y difícil etapa para volver a cohesionar una centenaria formación política imprescindible para la alternancia democrática y para el control de los gobiernos. De momento, toma las riendas una gestora presidida por Javier Fernández, socialdemócrata de reconocido prestigio, pero la pluralidad de los componentes de esta gestora no facilita el vaticinio de cuál será su actuación, aunque es evidente que tendrá que enfrentarse a la disyuntiva de la abstención o avance hacia nuevos comicios por un sendero cada vez más angosto. Permitir que Rajoy forme un nuevo gobierno es un acto de responsabilidad en los asuntos de Estado y, paradójicamente, un beneficio para el PSOE, ya que les aseguraría seguir liderando la oposición teniendo cono rehén a un gobierno minoritario.

Por el contrario, acudir de nuevo a las urnas les depararía un sonado fracaso, con el riesgo de ser superados por Podemos y afianzando notablemente la posición de Partido Popular, que con Ciudadanos alcanzaría la mayoría absoluta. Es decir, que en cualquier caso los socialistas tendrán que ayudar a la formación del gobierno de los populares, sin que pueda reprochárseles que cumplan con los dictados de la aritmética parlamentaria.

Los populares siguen receptivos al diálogo y hay que reconocerles que, con responsabilidad política, están anteponiendo los intereses del Estado a los del partido y disponiéndose a enterrar el nefasto totum revolutum.