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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Atascar las calles, que no pase nadie

Harto ya de macanas socialdemócratas, el líder de Podemos ha pedido a su gente que tome las calles para que no pase nadie, como en la vieja canción infantil. Considera Pablo Iglesias -el de ahora, no el del PSOE- que el poder del pueblo se expresa al aire libre, lejos de las instituciones gobernadas por el gran capital. Bien lo decía, antes que él, el poeta Gabriel Celaya: "A la calle, que ya es hora de pasearnos a cuerpo".

El clima mediterráneo reinante en gran parte de España favorece estas expansiones. Los españoles y las gentes latinas en general son gente de salir mucho, de terrazas y de cañas que lo mismo queda para tomar unos vinos que para montar una barricada alrededor del Congreso. Ahí, en la calle, es donde se expresa el poder popular que Iglesias reclama ahora.

El Parlamento, en cambio, es un espacio cerrado, oscuro, de aire espeso y corrupto. En él no encuentran su ecosistema natural los fascismos ni los comunismos, que son sistemas más bien partidarios de tomar el poder por la brava: ya sea desde la calle o desde el cuartel. O desde los dos sitios a la vez.

Consciente de ello y tal vez temeroso de que sus discípulos se le aburguesen en las poltronas del Congreso, Iglesias ha decidido arengarlos para que vuelvan a la calle de la que proceden.

Si acaso, ha escogido mala época para lanzar su llamamiento. Andamos ya en vísperas de noviembre y las bajas temperaturas no animan precisamente a salir a la calle para gritar consignas y pregones. Ni siquiera la masa hambreada y sin dinero para estufas, famélica legión que Podemos cifra en varios millones de españoles, va a estar por la labor de echarse al asfalto a cuerpo gentil. Con el frío que hace en invierno, lo normal es que se recojan en su domicilio. Como en casa, en ninguna parte.

La revolución pendiente en España querían hacerla los animosos muchachos de la Falange, pero al final han tardado tanto que le va a tocar el turno a Iglesias. Al igual que ellos, el jefe de Podemos se declara patriota y aboga por el pan y la justicia que, a su juicio, llegarán cuando el pueblo tome el poder.

Falta por saber qué es exactamente el pueblo, claro está. La Academia lo define como el "conjunto de personas de un lugar o país", aunque también acepta que sea un grupo de "gente común y humilde de una población". No hay porqué liarse con las palabras. El pueblo es lo que diga el comité central o consejo ciudadano que ejerce el papel de vanguardia dirigente de la revolución.

Hay gente timorata a la que inquieta e incluso asusta la idea del poder popular por las connotaciones históricas que arrastra ese concepto. En realidad, no existen motivos para tal aprensión en un país que, como éste, milita en el grupo de cabeza de las economías más desarrolladas del mundo. Instaurar el poder desde la calle, vadeando el Parlamento y las elecciones, acaso sea tan difícil en España como en Japón.

Nada de eso desanima a Iglesias, que quizá esté pensando en regímenes latinochés del otro lado del océano que andan en trámites para cambiar la obsoleta democracia representativa por otra de tipo "participativo" y "protagónico". La única pega es que ese socialismo de mojito, arepa y chándal prende mejor en los países de clima tropical que en la fría y próspera Europa. Lo de echarse a la calle, o al monte, habrá que aplazarlo aquí hasta el verano.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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